Es una especie de EnvyxPride en un Universo Alternativo, mezcla del animé con el juego BBI.
Enemigos
Le había dado una buena golpiza. Sabía que el pequeño desgraciado le
causaría algún que otro inconveniente a la hora de “convencerlo” de que
lo acompañase y, cuando en las orbes doradas de éste vislumbró ese
fulgor tan vívido y notó cómo sus músculos se tensaban en posición de
pelea, sus ojos también se iluminaron. Era tarde, muy tarde, y la escasa
luz de los faroles fue insuficiente para permitir la existencia de
testigos que dieran cuenta del violento combate. Una vez debilitado su
enemigo por la simple desigualdad que supone el aliento, no tuvo reparo
en darle la cara numerosas veces contra el pavimento y patearle el torso
hasta asegurarse que ya no opondría resistencia alguna. Edward Elric se
arrastró miserablemente por el suelo hasta tomarlo del tobillo, y
perdió la conciencia. Podría haber dado por terminado el asunto en
cuanto el alquimista juntara los párpados. Sin embargo, aún tenía una
orden que cumplir, así que, asegurándose de que ningún curioso estuviese
observando, tomó al joven entre sus brazos, manchándose las manos con
sangre que alguna vez había compartido, y emprendió su regreso.
Una vez concluido su trabajo, se arrojó boca arriba sobre el césped de
uno de los jardines internos de la mansión y suspiró, aburrido.
Nuevamente había contribuido para cumplir el odioso sueño ajeno. Dante
había obtenido lo que quería. De hecho, estaba a punto de obtener lo que
más deseaba en el mundo, si no lo único, mientras que él, se aburría.
Pensándolo bien, eran tan limitadas como breves las oportunidades en las
que podía divertirse. Cuánto odiaba permanecer allí aguardando mandatos
era algo que sólo él podía imaginar.
—Al fin te encuentro.—Lust salió al jardín y se acercó lentamente hasta
taparle la visión de la luna, que se hallaba en cuarto menguante.
—Lust... ¿y bien? ¿Ya puedo matarlo?—preguntó, sin dejar que la
impaciencia se vislumbrara en su tono apresurado. La mujer se encogió de
hombros.
—Demasiado tarde para eso. A menos que fuera posible matar a un humano dos veces.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir—suspiró—que murió antes de que siquiera Dante pudiera utilizarlo. Tú lo mataste.
Envy arqueó una ceja y se le quedó mirando en silencio. No sabía si
estallar en carcajadas o mostrarse ofendido por el atrevimiento.
Prefirió por el momento guardarse ambas respuestas y obtener la
información que le interesaba lo más rápido posible.
—¿Pasaste mucho tiempo con los humanos que estás tan bromista? Anda, dime si Dante ya obtuvo lo que quería del enano.
Otro suspiro emergió del pecho de Lust, quien, dando media vuelta y
dirigiéndose hacia el interior de la casa, le dijo: —Puedes comprobar
que no miento cuando hables con Dante. Te recomiendo ir a verla ahora
mismo, antes de que empiece a echar fuego por la boca.
No siguió el consejo de su compañera. Al menos, no enseguida. Ahora que
nuevamente podía ver la luna, fijó su mirada en la finísima línea blanca
y sintió, por vez primera, cómo su corazón daba un vuelco. ¿Y si no le
habían mentido? ¿Qué tal si el Alquimista de Acero, su segundo mayor
enemigo, estaba muerto? Si se detenía a pensarlo, aquello no estaba tan
mal. Después de todo, ¿no había soñado despierto con el momento en que
la sangre del bastardo y la de sus hijos se derramase por su propia
cuenta? Y eso era, según Lust, lo que había ocurrido. Entonces, ¿por qué
se sentía así? Quizás porque se había imaginado tantas veces tenerlo a
sus pies, agonizante, mientras continuaba hiriéndole el cuerpo con sus
puños, y el alma con palabras. Y moriría viendo su cara de plena
satisfacción como última percepción, aceptando que todos sus esfuerzos
habían sido en vano. Pero no, las cosas no habían sucedido de esa
manera. ¿Tan fácil se lo había dejado?
Cuando finalmente asumió el valor para enterarse de la verdad, comprobó
que lejos estaban de haberle jugado una broma. Durante el combate en el
que lo capturara, había olvidado que, a pesar de ser quien era, su
oponente seguía siendo humano. Una de sus tantas costillas rotas se
había incrustado en un órgano vital. Su muerte había sido lenta y
dolorosa, y nada habían podido hacer para evitarla.
Dante se mostró severa e inclemente. Eliminarlo por su descuido no era
una idea distante, aunque sí inconveniente. Como castigo, tendría ahora
que esforzarse el triple o el cuádruple, bajo amenaza de ser perseguido y
sellado en caso de desobediencia. Jamás hubiese imaginado que su
verdadera condena estaría dada por otro factor, mucho más importante.
—Envy—lo llamó su ama un día junto con los demás homúnculos, pasado un
mes de la irremediable tragedia.—Saben que nuestras esperanzas residen
ahora en el menor de los Elric, menos preparado pero igual de capaz. Ya
que he perdido a una de las piezas esenciales de mi plan, me dispongo a
moverme con todos los recursos que me quedan. Les presentaré hoy a su
nuevo compañero.
Dicho esto, la mujer se acercó a abrir la puerta de su laboratorio, en
donde apareció una figura que todos bien conocían. De los presentes,
Envy fue sin duda el más impresionado. Allí, frente a sus narices, se
encontraba quien fuera alguna vez el Alquimista de Acero, vistiendo
oscuras prendas similares a las suyas, con la rubia melena suelta
desparramada sobre los hombros y la mirada extrañamente perdida. Al
reparar en sus ojos, pudo notar que no se trataba de la misma persona.
Ningún brillo o expresión era distinguible en ellos. El sujeto carecía
completamente de vida.
—Me he tomado mi tiempo en crearlo para asegurarme de que no cupiera
posibilidad de que recordase nada de su vida pasada—continuó Dante,
mostrando una sonrisa cargada de orgullo.—El único inconveniente es que
no piensa demasiado por su cuenta, pero sigue órdenes al pie de la
letra. Envy, tú te encargarás de poner su lealtad y sus habilidades a
prueba. Su nombre es Pride. Pride, él es tu compañero, Envy. Deberás
obedecerle en todo lo que te diga, siempre y cuando sus órdenes no se
opongan a las mías. ¿Entendido?
—En...vy—articuló el recién nacido homúnculo con torpeza.
El oír su propio nombre, pronunciado de esa forma, por esa voz, le
produjo escalofríos. No soportaba la idea de trabajar con esa burla de
homúnculo, ese títere parlante, que para colmo se parecía tanto a ese
maldito. Era completamente inaceptable. Y, lo peor de todo, es que no
sabía exactamente por qué le causaba tanto rechazo.
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La puesta en marcha de la misión no se hizo esperar. De hecho, a Envy le
sorprendió que todo estuviese tan preparado y que el objetivo fuese de
semejante magnitud. No le costó demasiado conseguir, tal como le habían
encomendado, un uniforme de la milicia. Se lo quitó a un desprevenido y
joven oficial que estaba de vigilante en una callejuela desierta, al
cual luego dio muerte. Después de ordenarle a Pride que se quitara la
ropa, sintió una suerte de alivio al verlo sin los atavíos que lo
identificaban como uno de sus compañeros. Sin embargo, cuando éste se
colocó el uniforme, la sensación que experimentó no le agradó en
absoluto. Lo tomó de los hombros y le hizo darse la vuelta, quedando de
espaldas a él para recogerle el cabello en una trenza, como solía
llevarlo Edward Elric. Tomó la cabellera del color del oro y tiró de
ella bruscamente, entrelazando cada mechón con rudeza hasta lograr el
peinado. Se trataba ahora de una réplica exacta del alquimista, idéntico
en cada milímetro de su apariencia, a excepción de esos ojos vacíos...
Envy tomó la forma del oficial asesinado y decidió apresurar las cosas
para dar por terminado el objetivo lo antes posible.
Infiltrarse en el cuartel general no les resultó para nada difícil.
Recorrieron velozmente los largos pasillos para evitar que alguien
reconociera al homúnculo más joven, aunque varios se le quedaron mirando
sin decir nada, atónitos. Arribaron entonces a la oficina que buscaban;
la leyenda “Coronel” rezaba en la puerta.
—Ya sabes lo que debes hacer—le susurró Envy por lo bajo.
—Lo sé—respondió Pride.
Abrieron la puerta de un golpe. Tal como esperaban, el Coronel se
hallaba detrás de su escritorio, ocupado en su trabajo como de
costumbre. Los papeles que sostenía temblaron en el momento en que su
vista se posó en uno de los recién llegados. Se puso de pie de un salto y
pronunció un nombre, aunque no pudo decir nada más antes de que el
rubio se le arrojase encima y le tapase la boca con una mano, mientras
que con la otra le sujetó su mano enguantada de manera tal que no
pudiese usar su alquimia. Roy Mustang, en cuanto logró reaccionar,
palideció al notar que algo más andaba mal. Ninguno de los
extraordinariamente poderosos brazos que lo inmovilizaban era
artificial. Ambos estaban constituidos de carne y hueso, recubiertos de
una piel tan fría que hería. Intentó zafarse, pero le resultó imposible.
Este Edward era demasiado fuerte, mientras que el otro oficial se había
encargado de cerrar la puerta para que nadie los molestase.
Envy observó inmóvil cómo el plan salía a la perfección. Ninguna señal
de duda, ningún titubeo en los movimientos se evidenció en el actuar de
Pride mientras la vida del Coronel se extinguía entre sus manos. En
verdad poco importaba para los objetivos de Dante si Mustang vivía o
moría. Lo principal era, por el momento, evaluar si realmente toda
memoria había sido borrada de la mente de Pride. Efectivamente, acababan
de comprobar tal teoría.
—Ya déjalo—ordenó el mayor en tono de fastidio.
—¿Dejarlo? Pero aún no ha muerto. El ama dijo que...
—¡Que lo dejes! Dante me aclaró que no hacía falta acabar con él. Ahora déjalo.
Pride se mantuvo quieto durante unos instantes, y luego decidió dejar de
sofocar al hombre que se hallaba ya inconsciente bajo su peso. Se
incorporó y observó a su superior, expectante. —Regresemos—indicó éste.
El camino de vuelta fue silencioso, tedioso. Envy sabía perfectamente
que Dante, tarde o temprano, se enteraría acerca de la inconclusa
misión. Al diablo con Dante. Más tarde tendría tiempo de ocuparse de la
furia de la vieja bruja. Lo que más le preocupaba era averiguar por qué
le encolerizaba tanto trabajar junto a Pride, pues acababa de descubrir
que le molestaba en demasía, tanto si se parecía o si difería del humano
a partir del cual había sido creado. Todo en él era motivo para
provocarle el más profundo odio. ¿Dónde estaba ese vigor, esa energía
que con tanto apego había deseado borrar? ¿Dónde estaba su enemigo,
aquél a quien tanto despreciaba, aquél que le otorgaba una razón para
seguir existiendo? Y, lo que más detestaba y envidaba era que, ignorando
todos los estímulos, no parecía haber experimentado siquiera una mínima
reminiscencia, mientras que él no podía(ni deseaba) deshacerse de sus
tormentosos recuerdos.
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Fue varios días después, cuando Dante, temerosa de que algún otro
obstáculo se pusiera en su camino, finalmente ordenó que se capturara a
Alphonse Elric, que Envy y Pride volvieron a cooperar. A pesar de la
advertencia que el Coronel Mustang había dado acerca de un posible
enemigo idéntico a Edward, el procedimiento de captura resultó sencillo.
Alphonse, aunque conciente del peligro, no pudo evitar conmocionarse
ante el regreso de su hermano mayor, quien había desaparecido hacía casi
dos meses. Aquél momento de debilidad fue oportunidad suficiente para
que, gracias a la fuerza sobrehumana que ambos seres poseían, sujetaran
la enorme armadura y la secuestrasen. Les resultaba imposible hacer que
su prisionero guardara silencio, así que recorrieron caminos oscuros y
deshabitados. En una de esas tantas calles, desagradable tanto para la
vista como para el olfato, Envy tomó una decisión inesperada, llevado
por un sentimiento que ni él llegaba a comprender y aceptar del todo.
Convenciendo con engaños a Pride y desobedeciendo deliberadamente a
Dante, se metieron en un almacén abandonado, en donde dejaron a Alphonse
en el suelo, amarrado con sogas. Envy tanteó en la oscuridad hasta dar
con una bombilla de luz, la cual, de milagro, se encendió sin problemas,
iluminando el polvoriento lugar. Hizo que el otro homúnculo se sentase
sobre una caja de madera y se acercó a su rehén.
—Voy a matarlo ahora mismo—declaró.
—Pero, el ama...
—Es lo que ella me ha ordenado. ¿Sabes lo que significa este círculo
escrito con sangre?—le preguntó, señalando el símbolo impreso en el
metal de la armadura.—Si se rompe, él muere.
—¿Estás seguro de que el ama...?
—¡Calla y escucha lo que te digo!—exclamó, destruyendo el brazo izquierdo del alquimista con un puñetazo certero.
Pride calló, tal como le había indicado. No parecía haber mayor
preocupación en él que la de desobedecer a Dante, cosa que potenció la
furia que ya se estaba gestando en el otro. Mientras tanto, Alphonse se
debatía inútilmente para liberarse de sus ataduras, rogando a su hermano
que lo socorriera.
—¿No piensas detenerme? …l tiene razón. Tú eres su hermano, y no haces nada para salvarlo.
Silencio. Un silencio tan brutal como inexistente, pues los gritos del
joven alquimista continuaron. Envy se puso de pie, tambaleante, y se
acercó a Pride para darle un golpe que lo hizo caer al piso. Se agachó y
lo tomó de los hombros, volviéndolo a sentar sobre la caja, totalmente
desesperado.
—¡Maldito seas! ¿Por qué no recuerdas quién eras? La alquimia, los
militares, el Coronel, tu madre... ¿no recuerdas la patética promesa que
a cada rato le hacías a tu hermano de regresarle su cuerpo? ¿Lo has
olvidado todo?
Descubrió la respuesta en la inexpresividad de sus ojos dorados, opacos.
Los observó fijamente, esperando hallar una respuesta, una esperanza de
recuperar a quien, al parecer, tanto le hacía falta. Tuvo que bajar la
vista, porque él también tenía orgullo, él también detestaba su maldita
debilidad. Entonces, Pride apoyó la mano en su hombro, lo cual hizo que
volviera a mirarlo.
—Envy... ¿quieres que yo... lo mate?
Aquello fue suficiente para desatar el horror de Alphonse y la demencia
de Envy. ¿Era acaso una muestra de simpatía? ¿Por qué no, en lugar de
ello, rememoraba el odio y la enemistad? No lo soportó más. Sin siquiera
meditarlo, le atravesó el pecho con el puño, bañándolo todo en sangre.
Alphonse profirió un enésimo alarido.
—Juro que te mataré todas las veces que sean necesarias, hasta que ya no
te queden más vidas—dijo, presa de la locura más espeluznante.
Finalmente reconoció un atisbo de expresión en el rostro de su
compañero, quien, confundido, lo observaba mientras un hilillo de sangre
se resbalaba por la comisura de sus labios. Iba a asestarlo nuevamente,
hasta que recordó el día en que Edward Elric había muerto, y lo
insatisfecho que se había sentido tras semejante pérdida. De nada
serviría deshacerse de él, al igual que de nada serviría seguir estando
como estaban.
Arrancando el brazo de su cuerpo y dándole la espalda, se mordió el labio, pensativo.
—Pride... Si te pidiera que dejaras a Dante y vinieras conmigo, ¿lo harías?
—No—contestó sin titubeos.
—¿Me matarías si ella te lo pidiera?
—Sí.
Sonrió por primera vez en mucho tiempo, tras oír las respuestas esperadas.
—Entonces, supongo que hasta aquí llegamos juntos.
Dicho esto, caminó hacia donde Alphonse yacía amarrado, abatido, y, en
un santiamén, borró el círculo con sus dedos, observando cómo el brillo
de los ojos de la armadura se extinguía. Ya no había vuelta atrás.
Pride, que atestiguaba el asesinato como un ingenuo espectador,
permaneció quieto mientras Envy se inclinaba hacia él y le besaba la
frente antes de susurrarle: —Ve con Dante y dile que he matado a
Alphonse Elric.
Y sin más, se marchó. Quizás Dante moriría dentro de pocos años, pues ya
había utilizado lo último que quedaba de la Piedra Filosofal. Sin
embargo, confiaba en que la inercia les permitiría continuar con ese
odio mutuo, originado muchos años atrás. Les permitiría seguir siendo,
más allá de toda razón y entendimiento, eternos enemigos.
Fin.