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 Relatos Mios 2 "SODOMA"

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Maestro Oblidemon
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MensajeTema: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:41 pm

Sólo porque se me ocurrió comencé a escribir la
continuación de mi fanfic Rock. Aunque creo que el estilo será un poco
diferente. Menos "rock", más crudo. Quizá haya gente a la que le gustó
la primera parte y no le guste ésta.

Advertencia: Si no leyeron "Rock" se habrán perdido el comienzo de la historia.

Advertencias del fic: lemon, incesto, violaciones, violencia,
asesinatos, drogas, alcohol, malas palabras, etc. Los que me leyeron ya
saben.

Aprovecho para agradecer a aquellos que me siguieron con Rock y en
especial a los que me dejaron comentarios. Perdón si a veces no les
respondo con elocuencia. Es que en general no se me ocurre qué decir xD
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:41 pm

Sodoma





Los amantes, presos de
una pasión consuetudinaria pero no por eso menos poderosa, se
estrechaban en la oscuridad del rincón, procurando que las sombras
ocultaran de miradas ajenas sus voluptuosos jugueteos. Detrás suyo, una
indefinible cantidad de cuerpos semidesnudos se unían, se amaban, se
separaban, se intercambiaban. Las pronunciaciones de placer llegaban a
sus oídos ahora que la música había cesado. Uno de ellos dejó escapar un
gemido, demasiado influenciado por el erótico ambiente y por el sexo
cubierto del otro refregándose, erecto, contra el suyo. No tardó en
sentir una mano colándose por la parte trasera de sus pantalones de
vinilo brillante, y luego un par de largos dedos introduciéndose en su
recto.



—¡Ah! ¡Envy! ¡Envy!



—Shh... Eres muy ruidoso, Pride. Vendrá alguien más si te oyen. ¿Serás capaz de mantenerte silencioso si te la meto ahora?



—Mejor... Mejor dejémoslo para más tarde.



—¿Eh? ¿Te estás haciendo el difícil?



—Exactamente... —.
Pride profirió una risa pícara, alejándose de su amante y de la
oscuridad, dejando que su piel y sus cabellos absorbieran las luces
multicolores del antro. —Mira si terminas aburriéndote de hacerlo
conmigo. ¿No te parece bien que me haga desear un poco?



—Mhh... —evaluó Envy,
acercándosele nuevamente para abrazarlo y rozar sus labios. —Podría
salirte mal. ¿No pensaste que si te haces el difícil yo podría irme con
otro?



—Podrías. Entonces no me quedaría otra opción más que irme con alguno de mis otros amantes...



Frente a la
provocación, Envy le mordió el lóbulo de la oreja, aplicando la
suficiente presión como para hacerlo gemir. —Sabes que en ese caso no me
daría nada de pena asesinar a esos supuestos amantes tuyos.



El rubio volvió a
reír, tironeando en dirección contraria al sentirse arrastrado otra vez
hacia el oscuro escondite. —Lo sé. De todas formas, debemos irnos o
llegaremos tarde a la reunión. Lust y Gluttony ya se han ido.



Envy bufó, sabiendo
que tenía razón. —Sólo por eso te has salvado—le dijo, caminando a su
lado por entre la enorme orgía que los separaba de la salida.



Finalmente, gracias a
la belleza del nuevo guitarrista y a la alta calidad de sus últimas
canciones, Pewflexxx había alcanzado el éxito que se merecía. Gente de
todas partes viajaba para asistir a sus conciertos y a los desenfrenados
encuentros que se sucedían luego de éstos. Por motivo de tales cosas
una discográfica los había contactado poco tiempo atrás, y ahora los
integrantes se dirigían a una reunión con los representantes de la
empresa para comenzar las tramitaciones de la firma de un contrato. No
era que la fama les interesara demasiado, pues la habían logrado por su
propia cuenta y talento, pero el buen dineral que podrían sacar con todo
ello, pensaban, no les vendría nada mal.



Al llegar al sitio de
la reunión, efectivamente, se encontraron con Lust y Gluttony, quien
devoraba los bocadillos dulces que habían servido sobre la mesa.



—Ya era hora—dijo la mujer. —Gluttony en cualquier momento comenzará a comerse la madera.



Durante la mayor parte
de la charla, a pesar de ser el líder, Envy se la pasó observando a
Pride. Pensaba en todo lo que le haría una vez que llegaran al
departamento donde vivían juntos, cómo lo tocaría y lo poseería, de qué
manera lo castigaría por habérsele negado. De vez en cuando, el rubio
también le devolvía alguna que otra mirada provocativa. Sí, seguramente
lo esposaría a la cama y le daría merecidos mordiscos y rasguños, entre
otras cosas.



Después de la reunión
formal, el empresario los invitó a beber algo a un bar para seguir
charlando acerca de su futuro contrato. El peliverde, por su parte,
aprovechó para acercar su asiento al de su amante con el objetivo de
tocarlo cuando nadie los estuviese viendo, sin dejar de fantasear ni un
momento.



De pronto se vio
arrancado de sus obscenos pensamientos por el ruido de un teléfono móvil
sonando. Lust respondió a su llamado, causando un suspiro de fastidio
en el hombre que les hablaba.



—Lo siento, pero debo irme—se disculpó. —Sigan sin mí si lo desean.



—¡Lust! ¡Yo quiero ir contigo!



—De acuerdo, ven conmigo, Gluttony.



Como no tenía mucho
sentido continuar sin la totalidad de los miembros presentes, todos se
despidieron y se fueron a sus respectivas casas. Gluttony vivía con su
familia, pero le gustaba quedarse a dormir en lo de Lust. No eran
amantes, sino que el gordito resultaba ser una excelente mascota que
sólo era soportada por la bella tecladista.



Una vez de regreso en
su departamento, apenas cerrada la puerta y sin molestarse en encender
las luces, Envy y Pride se dejaron llevar por las ansias que hacía
muchas horas se habían adueñado de sus sentidos.











Algo de verdad extraño
ocurrió aquella noche. Porque al día siguiente, ni Lust ni su adorada
mascota se presentaron al ensayo de la banda. Encolerizado, el cantante
llamó a la mujer a su móvil, pero nadie contestó. Lo mismo ocurrió al
día siguiente, y al siguiente, hasta que, transcurrida una semana,
decidió llamar a su casa. Atendió su hermana, Sloth, quien le dijo que
Lust no había vuelto de su último recital, y que desde entonces no había
sabido de ella.



—Imaginé que estaría con ustedes y por eso no me preocupé. ¿Crees que debería dar aviso a la policía?



El mismo resultado obtuvo al comunicarse con la familia de Gluttony.



Habiéndose sucedido
dos semanas desde las misteriosas desapariciones, Envy y Pride se
encontraban desconcertados. Las tramitaciones con la discográfica,
obviamente, se pospusieron hasta nuevo aviso. Los fans no entendían por
qué de pronto su banda favorita había suspendido todos sus recitales.



—¿No crees que ya es
hora de hacer una denuncia a la policía?—propuso el rubio. Se hallaba
sentado sobre la cama, apoyado sobre el respaldo, haciendo algunos
arpegios con la guitarra.



—No me jodas. Sabes que odio a esos cerdos.



—Entonces, ¿qué haremos?



—No lo sé. Estoy pensando, Pride. Mierda...



Se quedaron dormidos sin siquiera tener sexo, demasiado intranquilos como para dejarse llevar por su lujuria.



A eso de las tres de
la mañana, Envy se despertó, cubierto de sudor, dando un alarido. Las
hojas de la ventana se golpeaban una contra otra, agitadas por un fuerte
viento tormentoso. No tardaría en empezar a llover. Se llevó una mano
al pecho, todavía estremecido por la pesadilla que acababa de tener, y
notó que Pride ya no dormía a su lado.



Un mal presentimiento
lo llenó de terror. Abandonando la cama de un salto, buscó a su
compañero en cada habitación de la casa, hasta que la desesperación de
no encontrarlo lo hizo llamarlo a gritos. Al igual que sucedía cuando
telefoneaba a Lust, nadie contestó a sus llamados.



Pride había desaparecido.



Sonaba el teléfono.
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Maestro Oblidemon
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:41 pm

—¡¿Quién es?! ¡¿Dónde está Pride?!



Envy oyó a su propia
voz chillona y portadora de una cólera tal que pocas veces se había
adueñado de él. Hubiese deseado sonar menos desesperado, pero en ese
momento no le era posible razonar correctamente.



—Oh... —escuchó una
voz masculina desconocida al otro lado. —Así que ya te has dado cuenta.
Bien por ti. Y si también deseas el bien de Edward Elric y no su muerte,
no le darás aviso a la policía ni a nadie, ¿estamos de acuerdo?



—¡¿Quién eres?! ¡Hijo de puta!



El insulto tuvo como
única respuesta al tono intermitente que salía por el auricular. Habían
colgado. De pronto se encontraba solo y a oscuras en su habitación, con
un viento helado agitándole los cabellos y poniéndole la piel de
gallina, temblando. Apoyó la espalda contra la pared y se deslizó hasta
el suelo, donde intentó poner orden a sus pensamientos. Edward Elric, le
habían llamado Edward Elric... De tratarse de un secuestro relacionado
con Pewflexxx, entonces no habrían mencionado su viejo nombre. Por otro
lado, si el objetivo del secuestro fuera la extorsión, ¿no le tendrían
que haber exigido ya sus pretensiones? Además, ¿por qué habían
secuestrado también a Lust y a Gluttony? ¿Y por qué lo llamaban recién
ahora? ¿Y a él?



—¡Mierda! ¡Mierda!—exclamó, golpeando la pared varias veces con el puño cerrado.



Estaba desorientado. Estaba solo.



-------------



Frío. Lo único que su
cerebro podía procesar era el frío. Tanto frío que dolía. Un frío de
muerte. Hacía ya buen rato que había dejado de sentir los dedos y los
pies. Su cuerpo ni siquiera era capaz de temblar. Ni hablar de moverse
para aprovechar mejor la tela que magramente cubría su cuerpo desnudo
desde la cintura hasta el comienzo de los muslos. Tampoco podía ver;
aunque era consciente de tener los ojos abiertos, la negrura era
absoluta. Sabía que una de sus manos se hallaba a pocos milímetros de su
nariz, pero no la veía.



No estaba solo en
aquel sitio oscuro. A pesar de la invisibilidad y de sus sentidos
atrofiados, oía las respiraciones entrecortadas de otras personas. Si se
trataba de dos o de veinte, le era imposible discernir. Puede que
algunos hubiesen muerto ya. De todas formas, no habría sido capaz de
comunicarse con ellos, ni de emitir sonido alguno con su garganta
congelada. Quizá muriera antes de llegar a alguna parte. El lugar donde
se hallaba se mecía sin pausa, unas veces más violentamente que otras,
arrancándole crujidos a la madera vieja. Un barco. Lo llevaban en barco
quién sabía adónde.



Quiso dormir. Pero el frío, insistente e inexorable, lo traía siempre de vuelta.





Finalmente, fue el
necesario agotamiento lo que lo salvó de aquel infierno congelado, para
hacerlo despertar en una habitación de altos muros de piedra grisácea.
Las únicas cosas que contrastaban con las paredes y el suelo pétreo eran
una alta ventana enrejada(la cual no le era posible alcanzar)y una cama
de dos plazas. Un par de grilletes lo mantenían aferrado a una cadena,
que a su vez se encontraba clavada al piso. Supuso que el largo de la
cadena le permitiría caminar hasta acercarse a no menos de siete pasos
de la puerta. Tenía hambre y se sentía exhausto. El frío aún azotaba su
piel rudamente descubierta.



Abusando de la poca
energía con la que contaba, se puso de pie, caminó en círculos por la
habitación, estudió cada rincón. Finalmente, se dejó caer sobre la cama,
cubriéndose con las delgadas sábanas. El fuerte tintineo que producía
la cadena al acompañar sus movimientos lo había puesto aún más nervioso.
Debía escapar cuanto antes de allí. Volver con Envy. Aunque todavía no
supiese dónde se hallaba ni por qué.



Fue aproximadamente
tres cuartos de hora más tarde que oyó voces afuera. No tardó en
deshacerse de la momentánea somnolencia que por poco lo había llevado a
quedarse nuevamente dormido, luego se puso de pie y, como le fue
posible, cubrió su desnudez con la sábana. Definitivamente no aparecería
recostado e indefenso frente a sus captores. Aunque las extremidades le
temblasen y sus piernas estuviesen a punto de flaquear, les haría
frente al menos con la postura. Las bisagras de la puerta produjeron un
largo chirrido mientras ésta se abría con lentitud exasperante.



--------------------------------



La extensa calle por
la que transitaba era apenas iluminada por los inconstantes faroles
instalados a un lado y al otro y por algunas estrellas salpicadas en el
cielo nocturno. Cualquiera hubiese apostado por que se encontraba solo y
que a su alrededor todo era silencio, pero él sabía que hacía buen rato
tales privilegios lo habían abandonado.



—¿Van a seguir
ocultándose?—preguntó con voz fuerte y clara. —Si deseaban que no los
descubriera entonces tendrían que haber sido un poco más silenciosos.



Tras semejante
provocación, los pasos a sus espaldas resultaron evidentes. En un
santiamén se vio rodeado por cinco hombres trajeados que llevaban gafas
oscuras. Sonrió, agitando levemente la botella vacía de ginebra que
llevaba en una de sus manos.



—Entonces... ¿me dirán dónde está Pride? ¿O los tendré que torturar uno por uno para que desembuchen?



Nadie respondió. Con
rostros inexpresivos, los sujetos se le acercaban. La manopla metálica
que uno de ellos llevaba puesta reflejó un destello que le hizo perder
el equilibrio y caer de rodillas al suelo. Había bebido bastante de más
aquella noche. Sin embargo, la sonrisa no se le borró ni siquiera cuando
las piernas de sus perseguidores estuvieron a menos de un metro de
distancia de sus ojos.



A pesar del alboroto,
los gritos y demases ruidos, aquél era un barrio peligroso, por lo que
ningún vecino se molestó en llamar a la policía ni mucho menos en
intervenir. Tan solo una desprevenida pareja descubrió la golpiza,
echando a correr de inmediato sin haberse atrevido a acercarse. Si lo
hubiesen hecho, habrían sido testigos del rojo que había teñido la
acera, y del grupo de hombres inconscientes, ensangrentados y deformados
que allí yacía. El único que resistía despierto era sostenido del
cuello manchado de su camisa por Envy, cuyos ojos habían adquirido un
brillo casi demoníaco.



—Te lo preguntaré una sola vez. No hace falta que te aclare que si no me respondes lo lamentarás mucho—le advirtió. —¿Dónde-está-Pride?



—Yo... Yo no lo sé. A
mí solamente me enviaron a vigilarte. No tuve nada que ver con el
secuestro. Puedes amenazarme o torturarme todo lo que te plazca, pero no
diré algo que desconozco.



—Je, qué discurso tan
valiente, viniendo de alguien en tu situación—dijo el peliverde,
arrancándole un grito de dolor al otro tras torcerle uno de sus dedos
mayores. —Tienes dos opciones: o ser el más afortunado de tus compañeros
y regresar sin una herida más... o ser el más desafortunado: el único
que no regrese.



El hombre tragó saliva.



—Puedo decirte el nombre de la persona que nos envió.



—No sé por qué aún no me lo has dicho.



—Su nombre es... Greed.



Envy parpadeó, momentáneamente desconcertado, pero no tardó en volver a su anterior actitud.



—Greed... Qué casualidad. Me estaba acordando de él mientras les rompía los huesos a ustedes.



Antes de largarse de
allí, se ocupó de que la botella vacía que llevaba consigo reventara
hasta el cráneo de su perseguidor. Ahora sí que reinaba el silencio.
Continuó transitando aquellas peligrosas calles, sabiendo que ya no
podría regresar a su hogar ni tampoco confiar en nadie.



-------------------------------



—Tú...



Pride frunció el entrecejo y permaneció observando con los ojos muy abiertos al hombre que acababa de aparecer tras la puerta.



—Así que aún me recuerdas. Ha pasado mucho tiempo, ¿eh?



—Tú mataste a mi padre...



—¡Es verdad! Y también
fui yo quien te hizo esa fea cicatriz que llevas en el pecho. Pero aún
me queda mucho por hacer—continuó, comenzando a caminar en círculos por
la zona de la habitación a la que el rubio no le era posible llegar.
—¿Sabes? Pensé en muchas formas de darle una lección a Envy, pero llegué
a la conclusión de que ésta es la mejor: primero haré que se quede solo
en el mundo, y haré tu vida miserable. Entonces, cuando ya no se me
ocurra de qué otra manera humillarte más, empezaré a encargarme de él.
¿Qué opinas?



La mirada de Pride se ensombreció, mientras éste buscaba las palabras apropiadas para expresar su opinión.



—Que eres un gran cobarde...



—¿Qué has dicho?



—¿A quién quieres
engañar? Me has secuestrado a mí y al resto de la banda porque le temes a
Envy. Lo conoces, sabes perfectamente de lo que es capaz si te metes en
su camino. Y te morirías de miedo de sólo pensar que podría escaparse
en cualquier momento e ir a buscarte. ¿No es cier-?



Su pregunta fue
interrumpida por el fuerte puñetazo que Greed le propinó en el rostro,
haciéndolo caer al suelo, adolorido y atontado. Una gruesa gota de
sangre se deslizó desde su nariz hasta la comisura de sus labios.



—Veo que te has vuelto
tan insolente como él. Bien, en ese caso seré conciso contigo: tendrás
que obedecer a todo lo que yo o cualquiera que venga aquí te ordene.
Serás completamente sumiso a todas las exigencias, sean lo que fueren.
De lo contrario... mandaré que maten a Envy.



Aún descompuesto por el golpe, Pride se las arregló para que su carcajada fuese bien oída.



—Tú sí que no
entiendes nada, ¿eh?—dijo, sin tener éxito al intentar incorporarse.
—Envy no necesita mi protección ni la de nadie. Él puede cuidarse solo.
Deberás imaginar una mejor amenaza.



Greed apretó los
dientes, agachándose para tomar la cadena y así inmovilizar al cautivo,
quien ahogó un quejido al sentir sus brazos torciéndose hacia atrás.
Luego, removió la sábana que lo cubría. Podría matarlo en ese mismo
momento, pero ese cuerpo bien formado, esos bellos y delicados rasgos...
Sería un desperdicio de la manera en la que lo considerara. Él era más
codicioso que eso. De pronto sintió unas irrefrenables ganas de probar
el manjar por el que Envy lo había cambiado. Sonrió torvamente, sabiendo
que ahora era de su posesión y que podría hacerlo suyo. Todas las veces
que quisiera. De la forma en que quisiera. Aquella podría ser la
primera de tantas.



—Que así sea... —declaró. —Si no te conviertes en mi obediente esclavo, mandaré a matar a tu hermano menor.



Escasas y distantes
eran las ocasiones en las que Pride había llorado. Sin embargo, lo poco
de Edward Elric que restaba dentro suyo provocó que las lágrimas se
amontonaran en sus extenuados ojos dorados.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:43 pm

Luego
de haber sido amenazado por Pride, y con el temor latente de que Envy
planeara una sangrienta venganza contra él por haberle arruinado su
mayor deseo, Greed escapó de la ciudad como un perro asustado. Lo
primero que hizo fue sacarle el polvo a su vieja agenda de contactos, e
hizo bien, pues a pesar de que los pocos que logró ubicar se trataban de
drogadictos o alcohólicos buenos para nada, uno de ellos había
abandonado ese tipo de infructuosa vida a tiempo para empeñar su falta
de escrúpulos y su astucia para algo más productivo. De esta manera fue
salvado de la ruina, convirtiéndose en secuaz de un poderoso miembro de
la Mafia. Tuvo suerte, pues ni siquiera con Pewflexxx en la fama
hubiese amasado tamaña cantidad de dinero. Pero Greed era en verdad
codicioso. No podría dormir en paz, aún rodeado de lujo, riquezas y
mujeres hermosas, sabiendo que los que lo habían humillado se
encontraban felices y tranquilos, disfrutando del éxito de su bandita de
rock y cogiendo como conejos. Él deseaba una venganza. Y qué mejor
herramienta para una excelente venganza que la misma Mafia, cuyo mayor
ingreso estaba dado por el tráfico de esclavos sexuales.



Con un cigarrillo
bailando entre sus labios, observó a Pride, arrodillado en el suelo.
Casi pudo saborear el odio contenido en sus grandes y redondos ojos. Él
se encargaría de que nunca más volviesen a brillar.



—Me encantaría poder
leer tu mente, Edward—le dijo. —¿Estás esperando que Envy venga a
rescatarte como el héroe que no es y nunca será? ¿O acaso lo odias por
ser el responsable de que estés aquí ahora? Muero de ganas por saber.



Pride no contestó. No
respondería a ninguna de las provocaciones de Greed, aunque nada de lo
que dijo era cierto. La verdad era que deseaba que Envy lo echara de
menos tanto como él lo hacía, que superara los miles de obstáculos que
de un momento a otro los habían distanciado. Pero no olvidaba cómo era
Envy. No cometería el mismo error que Greed. Quizá para ese entonces ya
tuviese otro amante con quien desatar sus pasiones. Probablemente
persiguiese a sus secuestradores por Cielo y Tierra por haberse atrevido
a echar mano en sus pertenencias, pero nada más. Pride no era estúpido.



—Veo que prefieres guardar la energía de tu lengua para otros menesteres. Me parece bien; la necesitarás.



Dicho esto, el castaño
se retiró y cerró la puerta. Pronto ésta se volvería a abrir,
presentando a un nuevo “cliente”. El rubio lo sabía, porque era lo que
ocurría todos los días desde que vivía allí, en su pequeña celda, de
donde sólo salía para hacer sus necesidades fisiológicas y para asearse.



No había nadie con
gustos normales entre los que lo visitaban. Se trataban todos ellos de
hombres poderosos, podridos en dinero, aburridos de practicar el sexo
como Dios manda. Pagaban fortunas por estar con él y cumplir sus
depravados caprichos. Podían hacer y exigir todo lo que desearan,
excepto lastimarlo. Greed era el único con tal privilegio, y sí que le
sacaba provecho con asiduidad.



Entre los libertinos
que más lo frecuentaban se encontraba un hombre de negocios, regordete y
de baja estatura, autodeclarado heterosexual, amante de las mujeres,
pero a quien le encantaba cómo se sentía estar dentro de un muchachito.
Por este motivo ordenaba que al esclavo lo vistieran lo más afeminado
posible, es decir, con vestidos, medias finas, listones y bella
lencería. Los genitales masculinos y la ausencia de senos debían ser
bien disimulados. También exigía que, si el muchacho gemía mientras lo
penetraba, lo hiciera de forma tal que se asemejaran a los gemidos de
una mujer. Apenas veía a Pride así ataviado, la locura parecía adueñarse
de él. Solía hacer trizas los caros vestidos que tanto le gustaban,
aunque jamás quitaba las bragas ni la ropa que cubría al pecho.



Otro cliente habitual
era un viejo obispo, muy poderoso y respetado en la Iglesia. Bajo su
apariencia de anciano cordial y tranquilo se escondía un sádico
degenerado. Como hacía años que ya no lograba una erección, le gustaba
observar con una amable sonrisa en el rostro cómo su esclavo se
masturbaba y se introducía todo tipo de objetos que él mismo llevaba, y
cuyo tamaño provocaba aquellas expresiones de dolor que tanto
disfrutaba. Entre los que conocían sus poco religiosas aficiones se
corría el rumor de que varios jóvenes habían resultado muertos debido a
hemorragias causadas por sus preciados “juguetes”.



Pero Pride era
demasiado valioso para que alguien(exceptuando a Greed) se atreviese a
dañarlo. No había uno que no quedase satisfecho con su belleza, la
suavidad de sus manos, su extraordinaria sumisión, la exquisita
expresión de su rostro al ser poseído. Todos gastaban fortunas en él, y
regresaban al poco tiempo para repetir la experiencia o idear una nueva.



Comenzaron así a pasar
los días de Pride. A ver sucederse los clientes, a volver a
complacerlos, y a conocer nuevos. Tras terminar con un cliente, antes de
irse a dormir, Greed siempre lo tomaba, sin importar lo que hubiesen
hecho con él pocas horas atrás. Cuando contaba con poco tiempo, que eran
las más de las veces, lo hacía poner en cuatro patas y lo penetraba sin
ningún tipo de preparación, sosteniéndolo fuertemente de la cintura y
recordándole que se lo estaba haciendo como a un perro porque no era más
que eso. Durante las primeras ocasiones en las que esto ocurría, a
Pride se le había secado la garganta de tanto gritar. Después,
lentamente, su voz se había ido apagando hasta desaparecer. Sólo restaba
el rechinar de la maltratada cama.



El cometido de Greed se estaba cumpliendo. Porque
al final, su cotidianidad había terminado limitándose a sentir manos,
lenguas y miembros desconocidos tocando cada rincón y hurgando en cada
orificio de su cuerpo. Sus sentidos habían dejado de percibir sabores u
olores, y de todos los sonidos sólo eran procesadas órdenes que cumplía
sin pensar, por puro reflejo. Sus nervios se habían acostumbrado al
dolor, al igual que su mente a las humillaciones diarias. Por fuera era
un muñeco, dócil y obediente, ignorante de las quejas; por dentro, muy
adentro, había logrado salvaguardar y encapsular su conciencia(o lo que
quedaba de ella) con la esperanza de que algún día podría volver a vivir
como un ser humano.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:43 pm

La historia de los Bastardos



—La primera vez que vi
a Envy, él no debía tener más de once años. Yo me había escabullido en
un pequeño callejón para fumar un cigarrillo sin ser visto por mis
padres adoptivos, cuando me encontré con su flacucha figura dándole
patadas a una caja de cartón cerrada. Desde dentro de la caja se oían
agudos lamentos los cuales deduje que debían pertenecer a un grupo de
cachorritos recién nacidos.



»—¿Qué estás haciendo?—le pregunté espontáneamente.



»—Estos estúpidos perros... —respondió sin dirigirme la mirada. —Han sido abandonados por sus padres... Me dan tanta rabia...



»No hace falta que
aclare lo extraño que me pareció su explicación. Tras acercarme a él,
descubrí las magulladuras que cubrían su rostro y sus brazos
descubiertos. Yo estaba más que intrigado.



»—¿Qué te ha ocurrido?



»Por un momento, sus
ojos, curiosamente violáceos, se dirigieron a los míos. Luego regresaron
su atención hacia la maltratada caja, donde los ataques no habían
cesado.



»—Mis compañeros... Ellos me han golpeado... por ser un bastardo.



»Suspiré, contemplando
sus lágrimas de cólera derramarse como la repentina erupción de dos
pequeños volcanes. Las patadas se hicieron más enérgicas.



»—Yo soy huérfano—comenté, quizá intentando una especie de simpatía.



»Patada. Patada.



»—¿Y eso qué carajo significa?



»Patada.



»—Que mis verdaderos padres están muertos.



»Patada.



»—Y a mí qué me importa.



»Patada.



»—¿Cuántos son los niños que te golpearon?—insistí.



»—Cuatro.



»—Mh... —medité. —¿Crees que tú y yo podamos encargarnos de ellos?



»Entonces sonrió,
apartando su interés de los pobres cachorritos y finalmente volteándose
hacia mí. A partir de ese momento, aunque ninguno lo supiera, nuestro
destino fue sellado.



»Ambos coincidimos en
que llevar un par de varas de hierro sería lo mejor para arreglar la
diferencia numérica. Mientras buscábamos a los niños, el cielo se fue
cargando de nubes oscuras y un viento húmedo comenzó a soplar.. A lo
lejos centelleaban algunos amenazantes relámpagos. Por algún extraño
motivo, yo me sentía muy entusiasmado. Por otra parte, no podía
descifrar lo que significaba la expresión plasmada en el rostro del
chico que acababa de conocer.



»Cuando hallamos a los
niños, en el sitio descampado y supuestamente secreto para los que no
pertenecieran a su grupo, ni siquiera les dimos la oportunidad de
gritar. Los tomamos por sorpresa, así que la victoria fue inminente. Por
supuesto que yo no esperaba que mi compañero se enfervorizara a ese
punto, incluso luego de haber dañado a sus enemigos hasta causarles el
desmayo. En el momento en que una abundante y pesada lluvia comenzó a
caer, yo logré despertar a la realidad y darme cuenta de lo que habíamos
hecho. Paralizado, observé a las siluetas infantiles cubiertas de
sangre. A sus huesos, rotos y expuestos, a sus caras y sus cráneos
hundidos. Los ojos violáceos brillaban. En cuanto se hubo calmado y su
arma dejó de impactar contra los cuerpos silenciosos, sus labios, finos y
pálidos, se relajaron. Yo temblaba a un costado, incapaz de hacer o
decir nada.



»—Vete, yo me
encargaré—dijo de pronto, su voz venciendo al sonido del agua cayendo
para llegar hasta mis oídos aturdidos. —Asegúrate de bañarte de
inmediato e incinerar tu ropa; las manchas de sangre jamás se borran.



»—D-de acuerdo—contesté, esforzándome por que mis pies se despegaran del suelo empapado.



»—Ah, y otra
cosa—interrumpió mi retirada. —Ni se te ocurra ir a la policía o
contarle a alguien sobre esto. Si lo haces, te mataré.



»No respondí. Corrí a
toda velocidad a casa, rogando que la espesa lluvia lograse ocultar las
gotas de sangre que me habían salpicado. Afortunadamente, mis padrastros
no estaban allí. A pesar de que era bueno mintiendo, la situación me
tenía demasiado nervioso como para haber sabido qué diablos decirles.
Ese día no volví a salir. Tenía terror hasta de encender la televisión y
ver mi rostro allí.



»Pero no me era
permitido faltar a la escuela, así que al otro día tuve que asistir,
llevándome mi paranoia conmigo. Todos hablaban del brutal asesinato de
un grupo de niños de primaria. En la escuela, en la calle, en los
negocios. La inseguridad y los violentos e inaceptables tiempos que
corrían constituía el segundo tema de discusión. Aún no había
sospechosos.



»—¡Hey! ¿Cómo estás?—oí que alguien decía a mis espaldas durante mi camino de regreso.



»Era él.



»—B-bien, ¿y tú?



»—Muy bien—respondió con cierta malignidad. —¿Has tenido algún tipo de inconveniente?



»—No. Hice lo que me dijiste. ¿Y tú?



»—Tampoco. Por cierto, mi nombre es Envy.



»—Yo soy Greed.



»Estrechamos nuestras
manos, sonriendo, como si fuéramos dos chicos normales que acaban de
trabar una amistad y no un par de asesinos sin sentimiento alguno de
culpabilidad. Esa tarde me invitó a su casa. Allí conocí a su madre,
Dante, quien me saludó amablemente y nos dio algo de dinero para que
comprásemos algo de cenar. En su habitación escuchamos música, fumamos y
bebimos vino barato. Aquél fue mi primer contacto con el rock y con una
guitarra. Una Sx colgaba de la pared; el único regalo que su padre le
había dado antes de marcharse.



»—Envy, ¿tu mamá no te regañará si te encuentra con estas cosas?



»—Nah. Ya sabe que fumo y que tengo alcohol aquí. No le molesta.



»—Wow. Debe ser la mejor madre del mundo.



»—Sí, algo así.



»—Oye...



»—¿Qué?



»Sabía que no debíamos
hablar del asunto si queríamos salir impunes, pero mi corazón se
encontraba demasiado desasosegado como para andar tragándose mis
incertidumbres.



»—¿Ya habías... matado a alguien antes?



»—¿Prefieres que te
responda aquí o frente a los reporteros? ¡¿Eres idiota o qué?! —gritó,
poniéndose de pie y arrojando al piso la botella vacía que llevaba en la
mano.



»—Bueno, tampoco te pongas así...



»—Tsk... No hagas que me enfurezca—me advirtió, volviéndose a sentar a mi lado. —Y no, fue mi primera vez.



»—También la mía—agregué, aunque aquello fuera bastante obvio.



»Pasó el tiempo.
Solíamos juntarnos todas las tardes a ensayar o a vaguear, y
frecuentemente nos salteábamos las clases. En verdad nos habíamos vuelto
grandes amigos. Como mis padrastros no me daban dinero y la madre de
Envy era pobre, comprábamos drogas baratas o lanzaperfume. En las noches
recorríamos la ciudad, viéndonos con amigos, yendo a los videojuegos,
asistiendo a conciertos y emborrachándonos. La pasábamos bien.



»Varios años después,
durante una tarde de verano, luego de haber bebido vodka y aspirado más
que de costumbre, nos encontrábamos en su habitación, echados en el
suelo, oyendo música y mirando una porno. Debido al insoportable calor y
al efecto de las sustancias ingeridas, nos habíamos quitado toda la
ropa. Pocas veces habíamos estado tan colocados. A mi alrededor, todo
daba vueltas de una manera muy singular. Como un calidoscopio.



»—Envy... —lo llamé,
girando la cabeza en su dirección. Él se había recostado hacia un lado,
quizá demasiado mareado como para mantenerse despierto.



»—¿Qué ocurre?



»—Quiero... quiero
probar una cosa—respondí, arrastrándome hasta acomodarme sobre él y
comenzar a refregar mi sexo sobre su trasero. No sé cómo fue que se me
ocurrió hacer eso, pero enseguida descubrí que se sentía muy bien.



»—Greed... ¿qué mierda estás haciendo?



»—Te dije que quiero probar algo.



»—Ya, aléjate—se quejó, haciendo un movimiento de fastidio con la mano. —Me das calor.



»—Envy... Creo... creo que se me está poniendo dura.



»—Greed, te dije que te largues.



»—La voy a meter—dije, experimentando de pronto fuertes punzadas de placer en la parte baja del abdomen. Ya no podía detenerme.



»—¿Qué acabas de decir? ¡Espera! ¡No!



»A pesar de su
negativa, Envy no poseía las fuerzas ni el equilibrio suficientes como
para detenerme. Mientras apoyaba una de mis manos en sus omóplatos para
evitar que se levantase, con la otra sostenía mi miembro, acercándolo a
su entrada.



»—¡Greed, espera! ¡Eso no cabrá en...!



»—Tú déjame
probar—insistí con firmeza antes de hacer presión y hundirme en él con
todas mis fuerzas. La música alta y los obscenos sonidos de la porno se
encargaron de cubrir sus quejidos. Aquello se sintió jodidamente bien.
Mierda, el solo recordarlo hace que me excite. Luego de haber entrado y
salido de él unas cuantas veces, me ocupé de masturbar su pene fláccido.
Si mal no recuerdo, bastaron unos pocos minutos para que Envy comenzara
también a disfrutarlo.



»Aquél fue nuestro
primer revolcón. Pero, contrario a lo que se podría imaginar, no
volvimos a hacerlo ni hablar al respecto hasta mucho después. Me estoy
refiriendo a la época de Pewflexxx. Para ese entonces, la madre de Envy
ya había muerto, y éste se ganaba la vida de formas poco éticas pero lo
suficientemente redituables como para mantenerse y comprar mejores
instrumentos y equipos musicales. Gracias a ello, en uno de los
recitales se pudo dar el lujo de hacer añicos la guitarra que le había
regalado su padre. En verdad odiaba a Hohenheim. Tú, Edward, jamás
podrías comprender hasta dónde llegaba su profundo desprecio. En fin,
como decía... La primera de las orgías que tanta fama le trajeron a la
banda ocurrió una noche, luego de la última canción que tocamos. Un
grupo de fans se negaba a irse, exigiendo que siguiésemos tocando. Envy,
divertido por tal comportamiento, encontrándose drogado y bastante
fuera de sí(como era su costumbre), se quitó la ropa y se arrojó sobre
ellos, gritando que ya había tocado suficiente y que ya era hora que lo
tocaran a él. El resto de la anécdota es bastante predecible. Mientras
los demás se desnudaban y se manoseaban, los otros miembros de la banda
permanecimos observándolos, atónitos. Al terminar, Envy regresó riendo,
asegurando que la había pasado tan bien que haría aquello luego de todos
los recitales. Claro que nadie le dio mucha importancia. Quién hubiese
dicho que en verdad lo cumpliría, y que haría de ello una costumbre para
todos sus seguidores.



»No recuerdo si fue
durante la segunda o tercer orgía que decidí unirme, picado por la
curiosidad. Esta vez, la noticia se había corrido, así que el número de
participantes había aumentado. Apenas me introduje en ese amontonamiento
de cuerpos ardientes, desinhibidas manos comenzaron a recorrerme. Pero
antes de que pudiera hacer nada con nadie, alguien se me arrojó encima.
Era Envy, quien sin perder un instante hundió su lengua en mi boca como
si hubiese estado deseando aquello durante años. Quizá desde la primera
vez que lo hicimos. De pronto sentí celos de todos los que nos rodeaban.
Quería ser el único que lo tocase, que lo besase. Así que lo arrastré
conmigo y lo llevé a un rincón en donde no pudieran molestarnos. Allí lo
hice mío por segunda vez.



»Afortunadamente, la
siguiente oportunidad no se hizo esperar tanto. Porque a partir de
entonces no lo hacíamos únicamente durante las orgías, sino también en
su casa o en la mía. Hacerlo con Envy era, además de tocar la guitarra,
mi parte favorita de cualquier jornada. Así fue como un día, nuevamente
influido por los efectos de estupefacientes(ahora de mayor calidad),
tuve una graciosa ocurrencia:



»—Envy, creo que tú y yo deberíamos casarnos. ¿Qué opinas?



»Como imaginé, él profirió una fuerte carcajada, escupiendo la cerveza que acababa de llevarse a los labios.



»—¡Mierda, Greed! ¡Vas a hacer que me mee de la risa! Además, el matrimonio gay no es legal aquí.



»—Pero no hay nada legal contra las parejas gays, ¿o sí?



»—Supongo que no. Greed, ¿estás proponiendo que seamos novios?—cuestionó, a punto de volver a revolcarse de la risa.



»—Bueno, dicho de esa manera suena demasiado cursi. ¿Qué te parece si te propongo que seas mi pareja?



»—Umm... —murmuró,
desviando la mirada y entornando los párpados. —Después de todo, eres el
único con el que tengo sexo. El resto de la gente que asiste a las
orgías es fea. Yo no lo hago con gente fea.



»—¿Estás insinuando que Lust es fea?



»—Lust pasa demasiado tiempo con Gluttony... Eso le quita el ochenta por ciento de su atractivo—bromeó.



»Nunca entendí por qué
Envy aceptó mi proposición, pero el hecho fue que lo hizo. En realidad,
yo no se lo había dicho en serio. Pero una vez que él había aceptado,
la idea no me pareció tan mala. Sonaba como a una nueva experiencia. De
eso se trataba: de probar cosas nuevas. Quizá el pito se me parase más
al pensar que lo estaba haciendo con mi pareja. Quién sabe.



»Yo sabía que tenía
algo especial con Envy. Sacando la amistad, la banda, el sexo, nuestra
relación como pareja y todo lo demás, pues tal cosa especial tenía que
ver con el momento en el que aún ni siquiera sabíamos nuestros nombres:
el día en que habíamos asesinado a aquellos niños. Para mí, ese secreto,
ese haber compartido nuestro primer asesinato, era un vínculo
importantísimo e inquebrantable. Por ello, cuando Envy me confesó con
tanta naturalidad que creía haber matado a alguien, a ti, sentí que tal
vínculo se rompía. En un principio no entendí muy bien por qué me
molestaba tanto. Al regresar a mi casa, me recosté en la cama y comencé a
meditar al respecto. Cerré los ojos, intentando recordar el asesinato
en detalle. Fue entonces cuando descubrí algo tremendo. Algo que la
conmoción del momento no me había permitido vislumbrar: esa tarde, bajo
la lluvia, sólo la vara de Envy estaba cubierta de sangre. ¿Comprendes
lo que digo? El vínculo que yo había considerado lo más importante entre
él y yo no era más que una invención mía. ¡Sólo Envy había asesinado a
esos niños, mientras yo me había mantenido inmóvil en un costado,
observando! Yo jamás había matado a nadie.



»Entonces, mientras el
tiempo pasaba y me daba cuenta de que lo perdía, se me fue gestando el
capricho de que debía corregir ese error. Yo tenía que matar a alguien.
Tenía que matarte a ti, que te habías interpuesto entre Envy y yo. Claro
que el curso de los acontecimientos hizo que mis planes se alteraran un
poco. Esa parte de la historia la conoces bien, ¿verdad?



»El destino es caprichoso, ¿no crees?
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:43 pm

Comenzaba
a dolerle cada parte de su cuerpo. La espalda, los brazos, las muñecas
amarradas, los tobillos, responsables de sostenerle todo el peso.
Colgarlo cabeza abajo parecía ser la forma favorita de Greed de
torturarlo. Toda esa sangre caliente acumulada en su cabeza se estaba
tornando insoportable. Como un globo demasiado fino capaz de estallar de
un momento a otro.



Finalmente, el
culpable de sus padecimientos entró a la habitación. Sin decir nada, tan
solo mostrando sus blancos dientes en una sonrisa torcida, se le
acercó, bajándose la cremallera, y colocó su miembro erecto en su boca.
Pride emitió algo parecido a un quejido, horriblemente incomodado por su
posición y por lo que le obligaban a hacer. Además del dolor, ahora le
costaba respirar. Apretó los puños, ignorando el sufrimiento extra que
aquello le ocasionaba.



—Vamos, chico. Podrías ponerle un poco más de entusiasmo, ¿no?



Tras escuchar esa provocación, simplemente no logró controlarse. Greed se echó hacia atrás, dando un alarido.



—¡Hijo de puta!—exclamó, dándole un fuerte puñetazo que lo hizo oscilar cual extraño péndulo.— ¿Cómo te atreves a morderme?



Volviendo a esconder
su zona herida, el ex guitarrista de Pewflexxx hizo un esfuerzo por
recomponerse y regresar a su actitud despreocupada de siempre.



—Bien. Tienes suerte
que ahora te toca atender a un cliente muy especial. Pero no creas que
al terminar te salvarás de un severo castigo.



Dicho y hecho, dos
hombres altos y musculosos lo llevaron al lavabo donde solían asearlo y
prepararlo para sus provisorios amos. En general lo mandaban a
rasurarse, lavarse el cabello y el cuerpo y, dependiendo de la ocasión, a
vestirse con tal o cual atuendo. Sin embargo, esta vez lo de “cliente muy
especial” parecía ir en serio. Junto a la ducha lo aguardaban un frasco
de champú importado, jabón fino de tocador y un pote de crema para el
cuerpo con perfume floral. Mientras se bañaba, bajo las miradas
libidinosas de sus vigilantes, a pesar de que se había habituado a
mantener la mente en blanco, Pride sintió curiosidad. Pero los detalles
extraños no se detuvieron allí. Tras el baño, luego de vestirlo con una
hermosa bata de seda color bordó, le vendaron los ojos con un pañuelo
negro y lo condujeron hasta un vehículo. El viajé duró aproximadamente
dos horas. Recibiendo la fresca brisa con aroma a campiña que entraba
por la ventanilla después de haberse pasado meses encerrado, se preguntó
si acaso lo llevarían a su muerte. La posibilidad se veía remota. Greed
no renunciaría a la fortuna que estaba amasando gracias a él por una
simple mordida en sus partes íntimas, de eso estaba seguro.



Cuando el vehículo por
fin se detuvo y lo hicieron descender, sintió hierba fresca
cosquilleándole los tobillos. Los pájaros canturreaban en las alturas.
Imaginó que aquella sería una buena oportunidad para suspirar de gusto.
Quizá también para sonreír. Pero no deseaba hacer nada de ello.
Enseguida alguien le aferró uno de sus hombros y le marcó el camino.
Atravesó salas que por el retumbar de los pasos daban la impresión de
ser muy amplias, transitó largos pasillos, subió por escaleras
alfombradas. Por fin le ordenaron que se detuviese, cerrando una puerta
detrás suyo.



—Ya puedes quitarte el pañuelo—dijo una voz masculina.



Al hacerlo, Pride
descubrió una habitación enorme engalanada con todo tipo de adornos
brillantes, cuadros, pequeñas cascadas, y cuyas paredes estaban
cubiertas con bellos tapices. A los costados se alzaban un par de
bibliotecas cargadas de libros de aspecto costoso. Una cama de gran
tamaño se ubicaba en la pared opuesta. Y, casi en el medio de la sala,
había una mesa repleta de platos sofisticadísimos, calientes y fríos.
Esto último captó fuertemente la atención de Pride quien, harto de la
basura con la que solían alimentarlo(generalmente sobras), sintió cómo, a
pesar de las circunstancias, se le hacía agua la boca.



—Come lo que gustes—lo
invitó el hombre que se mantenía sentado en una esquina sombría.
Resultaba imposible verle el rostro y gran parte de su cuerpo. —Después
de todo, el banquete fue preparado para ti.



Pride nunca había
estado tan feliz de acatar una orden. Aunque desconfiado, se dejó llevar
por su instinto y su terrible apetito probando todo tipo de sopas,
carnes, frutos secos, vinos, jugos, dulces, frutas y cosas que
desconocía qué diablos eran pero sabían de maravilla. Una vez
satisfecho, se dejó caer sobre un sillón. Entonces oyó que el hombre
reía, poniéndose de pie. Las luces revelaron a un tipo treintañero de
estatura promedio, morocho, de tez blanca y negros ojos rasgados. El
mismo vestía un elegante uniforme militar color azul oscuro.



—Soy el Coronel Roy Mustang. Gusto en conocerte, Edward Elric.



El aludido no
respondió ni devolvió la sonrisa. Sabía perfectamente la parte
desagradable que seguía. Ignorando el silencio y la descortesía, el
Coronel se puso de pie, caminando hacia él. Luego se colocó en cuclillas
a un lado de sus piernas desnudas y lo miró, sin dejar de sonreír,
acariciando con el dorso de la mano los mechones de cabello que le
cubrían parte del rostro.



—En verdad eres tan hermoso como te describieron; lo ideal para una persona exigente como yo.



Tuvo ganas de
golpearlo, pero supo que debía contenerse. No deseaba seguir sumando
castigos a la lista. Por su parte, Roy comenzó a deslizar sus caricias
por su mentón, su cuello, su clavícula, el interior de sus brazos. La
bata que llevaba puesta pronto fue abierta y deslizada hasta la altura
de su cintura.



—Tienes una cicatriz interesante aquí—señaló el Coronel con cierta curiosidad, palpando la marca en su hombro.



—Es de hace mucho tiempo. Ya no tiene importancia—mintió, y cerró los ojos, rememorando a Envy mimando dicha zona con devoción.



—No debemos restarle
importancia a las cicatrices. Son huellas del pasado que están para
recordarnos lo que ocurrió y enseñarnos los errores que no debemos
volver a cometer. ¿No estás de acuerdo?



Nuevamente Pride
permaneció en silencio. No tenía ganas de compartir sus pensamientos con
un extraño, y menos si era uno que pagaba por acostarse con él contra
su propia voluntad. No tardó en sentir un par de labios besando sus
manos y sus muslos, los cuales fueron separados para descubrir su sexo
dormido. Antes de comenzar a masturbarlo, Roy mordió la punta de uno de
sus guantes con el objetivo de quitárselo y así permitir que ambas
pieles se rozaran. La otra mano, aún enguantada, continuó explorando la
figura del menor. Poco a poco, el miembro que con delicadeza empuñaba se
fue despertando, hasta que decidió que era hora de darle atención con
su propia lengua.



El rubio arqueó la
espalda hacia adelante e inclinó la cabeza, experimentando un calor que
subía por su entrepierna y su abdomen. Desde que fuera capturado por la
Mafia, jamás se había sentido así. Si le ordenaban gemir, él gemía. Si
le ordenaban gritar, él gritaba. En varias ocasiones, tratándose más de
una reacción del cuerpo que de un verdadero estado de goce, su miembro
se había excitado, pero no tardaba en retraerse al sufrir las crueldades
que cometían con él. Nadie le había procurado el placer desinteresado
que ahora estaba recibiendo. De un momento a otro su respiración se
volvió pesada, sus caderas comenzaron a moverse involuntariamente, sus
dedos se perdieron en la corta cabellera negra. El clímax llegó
finalmente, y con él, un prolongado suspiro. De repente se sentía muy
agotado, como si quisiera dormir durante días. Roy, quien había sacado
un pañuelo de su bolsillo para limpiar los restos de saliva que habían
quedado en sus labios, lo levantó cuidadosamente con sus brazos y lo
llevó hasta la cama, en donde lo arropó con las sábanas y depositó un
tierno beso en la mejilla que Greed le había golpeado.



—Qué salvajes. No
puedo entender cómo alguien se atreve a lastimarte de esa forma. Pero ya
no te preocupes y duerme. Tú sólo duerme.



Oyendo la voz cada vez más lejana del Coronel, Pride se dejó conducir por los turbios e intrincados pasadizos del sueño.



Al despertar, se halló
solo en la habitación. Antes de lograr comprobar si de casualidad
habían olvidado echar el cerrojo a la puerta, sus custodios de costumbre
entraron para llevarlo de regreso. Nuevamente le vendaron los ojos y lo
trasladaron en el mismo vehículo.





Esa misma noche, Roy
Mustang y Greed se encontraron para cenar en el exclusivo restaurante
donde éste último solía reunirse con sus clientes para cerrar los
tratos.



—¿Y qué te ha parecido el chico?



—Me reservaré mi
opinión para mí—contestó el Coronel, agitando levemente el vino rojo de
su copa. —Dime, ¿cuánto dinero ganas por él en una semana?



—¿Cómo dices?



—Te agradecería que no respondieras a mis preguntas con otra pregunta.



—Bueno, no estoy seguro. Depende de la cantidad de clientes, de quiénes sean ellos, de qué servicios deseen...



—De acuerdo, olvídalo.
Cuando terminemos de cenar quiero que calcules lo que has ganado en tu
semana más provechosa. Duplica el importe y será el dinero que obtendrás
de mí cada siete días.



Greed abrió grandes los ojos, olvidando por un instante masticar lo que tenía en la boca.



—A cambio de ello, quiero exclusividad sobre Edward.



—¿E-exclusividad?



Roy carraspeó, molesto porque su petición sobre no contestar con preguntas insistía en ser ignorada.



—Exclusividad. No
habrá más clientes que yo. Nadie lo tocará ni mantendrá relaciones
sexuales de ninguna clase con él. Creo que estoy siendo bastante claro.



—S-sí, entiendo. Pero ocurre que tenemos muchos clientes regulares y supongo que ellos no estarán muy contentos con...



—No aceptaré un no como respuesta.



Una gota de sudor
resbaló por la frente del mafioso. Conocía perfectamente al hombre que
tenía delante, su poder, dinero y reputación. Además, acababa de
proponerle pagar el doble de lo que solía ganar. ¿Por qué habría de
negarse? Sin embargo, el objetivo principal de todo aquello no era sólo
la ganancia, sino también traerle el infortunio a Edward Elric. E
infortunio no era precisamente lo que sufriría al encontrarse bajo la
protección de Mustang. Sin contar que perdería el derecho de follárselo a
diario.



Finalizado el
encuentro, se dirigió a la celda dentro de la cual mantenían al cautivo,
donde tuvo que contener sus deseos tanto sexuales como agresivos.



—Ya duérmete—le dijo. —Hoy no cenarás una mierda.



Edward se recostó en
su cama sin importunarse, sintiéndose aún satisfecho por el festín que
se había dado horas atrás. Aún podía oler el perfume de la crema que
llevaba en la piel.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:44 pm

Eran cerca de las dos de la madrugada.
Afuera del pequeño departamento ubicado en la periferia de la ciudad,
llovía con fuerza. La tormenta había comenzado antes de que el
indeseable visitante llegara, así que en el suelo de viejas baldosas se
habían formado diminutos charquitos. Ninguno de los presentes tenía
especial apetencia de romper el silencio reinante entre las cuatro
apretadas paredes. Pero el tiempo apremiaba para uno de ellos.





—Necesito tu ayuda.



El otro, sentado donde
estaba, realizó un movimiento brusco con el cuerpo, como si le costara
reprimir los monstruos que le ordenaban gritar un millón de injurias.



—¿Es una broma? Todavía no comprendo cómo tienes el descaro de venir a mi casa.



—Supongo que aún no entiendes la gravedad de la situación, ¿no?



Envy se quitó el
abrigo empapado, colocándolo en el respaldo de una silla. El lugar
apestaba a humedad. Después de haber visto morir a su padre frente a sus
ojos, Alphonse había decidido vender la casa en donde todo había
ocurrido. Como era de esperarse, el precio al que se vende una propiedad
donde ocurrieron tremendas tragedias no puede ser demasiado elevado.
Todo ello se había llevado a cabo una vez que el joven saliera de la
institución mental donde lo internaron durante un mes. Los signos de
tales vivencias eran fácilmente observables en sus pronunciadas ojeras y
sus erráticos ademanes. Envy no se veía mucho mejor. Sus párpados
inferiores se hallaban oscurecidos y tenía moretones y rasguños en
varios sitios.



—No te acomodes demasiado—le advirtió el menor.



—¡Demonios! ¡No es momento para andar haciéndose el ofendido! Tu hermano...



—El que no entiende
nada eres tú, Envy. ¿O acaso no lo recuerdas? Te apareciste en nuestras
vidas presentándote como un buen amigo. Te creímos. Y al final... Bueno,
no hace falta que te diga lo que sucedió. Todo ese infierno fue culpa
tuya. Mi padre fue asesinado, mi hermano dejó de hablarme, mi mejor
amiga, Winry, se negó a volver a verme. Me quedé completamente solo. Me
arruinaste la vida. Y ahora... ¿Ahora pretendes que te ayude?



—No quiero que me
ayudes a mí, sino a Pride. Si pudiera hacerlo solo por supuesto que lo
haría. ¿Crees que me divierte ir por allí pidiendo favores? Logré
sacarles bastante información a los secuestradores, pero son demasiados y
están tras de mí todo el tiempo. Ni siquiera me dejan dormir tranquilo.
Probablemente también te tengan vigilado a ti y ya sepan que estoy
aquí. No podemos dejar que se salgan con la suya. ¡Él es tu hermano! Yo
tengo que rescatar a Pride. Yo... Yo...



—No, Envy—lo
interrumpió Alphonse. —Esa persona a la que llamas Pride no es más que
una invención creada por ti. Ya no es mi hermano. Mi hermano Edward está
muerto. Por eso crees amarlo, porque sólo te amas a ti mismo. Ahora
vete o llamaré a la policía.



El peliverde quedó
atónito por semejante análisis, pero luego curvó los labios hacia abajo
en una mueca de asco, manoteó su abrigo y se giró en dirección a la
salida.



—Definitivamente, lo
que no le falta a este mundo es gente cobarde. Y no creo haber arruinado
tu vida. Estoy seguro de que era una mierda antes de que me
conocieras—espetó, cerrando la puerta de un golpe. Nuevamente, su misma
sangre volvía a decepcionarlo.











El invierno había
concluido. Abundantes y sucesivas lluvias acompañaban la llegada de la
primavera. Pride no podía presenciar tales fenómenos naturales, pero al
menos oía el repicar de las gotas cayendo afuera y se entretenía
observando los surcos de agua que se deslizaban desde la ventana hasta
amontonarse en el suelo.



Mientras el cielo se
hallaba cubierto de densos nubarrones y los rayos castigaban la tierra,
Pride encontraba a Envy en el único sitio en el que le era posible: en
sus sueños. Imaginaba su cuerpo, esbelto y cómodamente liviano, sobre el
suyo, una de sus manos acariciando tiernamente su frente y sus mejillas
levemente sonrojadas. Lo deseaba. Lo deseaba muchísimo. En cuanto éste
descendió para lamer sus pezones, exhaló un suspiro de placer, anhelando
no despertar jamás. Sus figuras ya comenzaban a ondularse
voluptuosamente, buscando mayor contacto y fricción.



—Envy... Yo...



—Shhh.... —lo silenció, colocando el dedo índice sobre sus labios húmedos. —No querrás que sepan que estoy aquí...



—Pero...



—Shhh...



Se resignó a cerrar
los ojos, preparándose para relajarse y sólo disfrutar. Nada debería
arruinar ese magistral momento. Abrió las piernas, listo a concretar lo
inevitable. Entonces...



—¡¡Aaaggh!!



Quien ahora estaba
delante suyo no era Envy, sino el responsable de su captura. El
repentino dolor causado por el cuello de una botella introducido en su
ano lo había obligado a regresar a la vigilia. Sus muñecas, siempre
esposadas, habían sido sujetadas a los barrotes de la cama con ayuda de
su cadena.



—¡¿Qué... qué haces?! ¡¡Quita eso!!—exclamó, debatiéndose en vano.



—Eh, tranquilo... Sólo
pensé que quizá tendrías... sed—alegó Greed. Gracias a que no llevaba
sus redondas lentes de costumbre era posible notar lo irritado que tenía
los ojos y sus pupilas algo dilatadas.



—¡Por Dios! ¡Recuerda que Mustang...!



—¡¿Mustang?! ¡Ese coronelsucho engreído! Como si me importaran sus estúpidos tratos... ¡Tú eres mío! ¡Mi propiedad! ¡Mío! ¡Mío!



Pride apretó los
dientes y contrajo los puños, padeciendo espantosos sufrimientos al ser
movido el cuello de la botella dentro suyo en forma circular. La textura
del mismo era como de gruesos anillos apilados, cosa que ayudaba a
aumentar su tortura.



—¡El pico... el pico está filoso! ¡Me está lastimando! ¡Alguien! ¡¡Alguien que me ayude!!



Greed no sólo hizo
caso omiso a sus gritos, sino que inclinó la botella de manera que lo
poco que restaba de la bebida alcohólica que ésta contenía se vertió en
sus recién abiertas heridas.



—¿Ves? Al menos no se infectará...



—¡¡No!! ¡Quítala!



—Uh... Si insistes tanto...



De un brusco tirón
retiró la botella, arrojándola a un rincón, donde se hizo añicos. Luego,
con movimientos torpes se abalanzó sobre el rubio, ignorando las
lágrimas que empapaban su rostro y el temblor de su piel, y lo penetró.



—Mierda... —musitó,
balanceándose hacia delante y hacia atrás sin lograr mantener un ritmo
regular. —No entiendo cómo después de todo sigues siendo tan estrecho...
Debe ser un don o algo así...



Ya mareado por el
incesante dolor, Pride descendió la mirada, descubriendo al miembro
hinchado de Greed manchándose progresivamente de sangre cada vez que
entraba y salía. De pronto, su garganta se vio rodeada por lo que
sobraba de cadena. No hubo más aire que pasara por su tráquea. Los ojos
de Greed, completamente abiertos, brillaron de gusto y de locura.



—¡¿Oyes ese ruido, Edward?! ¡Creo que te estoy destruyendo las entrañas!



Cuando pensó que ya no
aguantaría más, que se desmayaría o moriría si aquello no terminaba, su
agresor se desplomó sobre él, inconsciente. Lo primero que hizo tras
recuperar un poco de oxígeno y energía fue separarse de él y arrojarlo a
un lado. Respirando agitadamente, aún padeciendo espasmos por el
trauma, se liberó de su amarre y envolvió el cuello del otro con la
cadena. Un par de minutos le bastarían para acabar con su vida. Miles de
pensamientos cruzaron su alterada mente.



Si asesinaba a Greed,
no cabía dudas de que sus secuaces luego lo asesinarían a él. Basado en
ese razonamiento, revisó en sus bolsillos en búsqueda de la llave que
abriera sus esposas. No encontró más que un paquete de cigarrillos. Ni
siquiera un arma o un miserable encendedor. Decidió regresar a su
anterior cometido. Meditó acerca de sus posibilidades, de lo
insoportable que resultaría seguir viviendo de esa manera. Observó las
sábanas sucias de sangre y transpiración. Apretó ambos extremos de la
cadena con fuerza, sin atreverse aún a jalar hacia los lados.



“No cometas estupideces. De seguro Envy viene en camino”,
dijo una voz dentro de su cabeza. Entonces recordó lo que Envy le había
enseñado tiempo atrás, cuando él aún no se llamaba Pride: “Nunca,
jamás, confíes en nadie. Ni siquiera en mí. La confianza que depositas
en otra persona se convierte en una debilidad. Y tú no eres débil.”




Envy no vendría.



Tenía que jalar.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:44 pm

El
Coronel Roy Mustang pertenecía a una de las familias más ricas e
influyentes del país. A pesar de que su rango no era aún de lo más alto,
llegar a él a los veintinueve años era toda una excepción y algo
merecedor de grandes méritos. Su padre, fallecido pocos años atrás, no
había logrado cambiar el único detalle que no le enorgullecía de su
hijo: su soltería, cosa que era motivo de especulación y fantaseo de la
mayoría de las jovencitas(y no tan jovencitas) pertenecientes a su
círculo social. Obviando esto último, aunque contaba con varios enemigos
que cualquier hombre con su posición y evidente atractivo físico
tendría, nada atentaba contra su intachable reputación.



Pero todos guardamos secretos. Unos más que otros.





—¡Hey! ¿Qué crees que estás haciendo?



Pride sufrió un
sobresalto y soltó la cadena que enredaba el cuello de Greed. Sus manos
no habían obedecido cuando les ordenó que jalaran. En el momento en que
el hombre que acababa de entrar lo sujetó por debajo de los brazos para
sacarlo de la cama, se retorció con tanta fuerza que sintió náuseas. El
pensamiento de que ya no contaba con la energía y la voluntad para
oponerse a nada lo llenó de miedo. Todavía dolían mucho sus heridas.



—Este Greed... —dijo
el sujeto. Llevaba su largo cabello castaño oscuro atado en una cola y
vestía un traje color beige. — Si sigue así hará que lo maten. Y lo
mismo digo de ti. No olvides que la vida o la muerte de tu hermano está
en tus manos.



Después de la advertencia, llamó a dos guardias para que liberasen a Greed y se lo llevaran.



—Espero que te portes bien, Edward—agregó antes de retirarse.



El rubio cayó de rodillas al suelo. Su corazón latía a un ritmo inverosímil, pero él apenas se permitía respirar.



Algunas horas más
tarde, quizás dos, quizás diez, los guardias de siempre fueron a
buscarlo a su celda. Desde que el trato que acordaba exclusividad había
sido firmado, ya unas cuantas semanas atrás, nunca se sabía cuándo el
prisionero permanecería el día entero sin ser molestado, o cuándo sus
servicios serían requeridos por su nuevo y supuesto único amo. En esta
ocasión ocurriría lo segundo. Se bañaría con los finos y costosos
jabones y champúes, se untaría la exquisita loción corporal, se vestiría
con delicada seda. Antes de que abordara el vehículo, sin embargo,
Greed apareció. Su expresión ya no se veía tan trastornada ni sus ojos
tan irritados, aunque se le habían formado unas violáceas ojeras.
Manteniendo una mirada amenazante, se acercó a Pride y le colocó un
pañuelo al cuello para ocultar las marcas que le había causado con la
cadena.



—Si le dices algo a Mustang, despídete de tu querido hermanito.



La advertencia había sido innecesaria. Si había algo que Pride no deseaba, eso era seguir agregando desgracias a su existencia.



El viaje fue largo y fatigoso. Sumado a su
cansancio tanto mental como corporal, estaba el dolor que sentía cada
vez que el automóvil realizaba algún salto brusco. En varias
oportunidades tuvo el impulso de abrir la puerta y arrojarse afuera.
Pero sabía que sería inútil, pues con los ojos vendados le resultaría
imposible escapar o esconderse eficazmente. Y los hombres de Greed
tenían armas. Armas mucho más eficaces que un par de piernas exhaustas y
dos ojos cegados.



—Bienvenido de nuevo,
Edward—oyó la formal voz del Coronel saludándolo, cosa que le hizo saber
que ya podría deshacerse de su vendaje.



Como todas las veces
en las que visitaba aquella suntuosa habitación, el exquisito banquete
volvía a ofrecerse ante él, aunque ahora no se encontraba con apetito.
Aquello llamó fuertemente la atención del hombre mayor, quien se le
acercó de inmediato, descubriendo el pañuelo de su cuello.



—¿Qué es esto? No recuerdo haber indicado que te lo pusieras—protestó, sujetando una de sus puntas con la yema de los dedos.



—Esto... Esto es...



Antes de que Pride
pudiera inventar nada que lo evitara, la prenda fue removida de un único
y delicado tirón, revelando las pequeñas marquitas que ella había
estado ocultando.



—Pero... ¿qué...?



Turbado por la
situación, el rubio permaneció quieto y callado, sus labios moviéndose
torpemente en el vano intento de pronunciar excusas. Sin perder un
segundo, el Coronel se puso en cuclillas, lo obligó con sus manos a
separar las piernas y rozó con el dedo índice su maltrecha entrada,
cosa que le provocó un gran dolor.



—¡Ou!—se quejó, dando un rápido e involuntario paso hacia atrás.



—Me han engañado... —musitó el morocho con la
vista fija en un punto indeterminado. —Te han seguido vendiendo, a pesar
del trato... —. A medida que hablaba se evidenciaba progresivamente
cómo su ceño se iba frunciendo, y las venas de sus músculos se tensaban.
Finalmente, alzó sus ojos hacia el menor: —¿Quién ha sido? ¿Quién?
¡Dime quién ha sido!



Pride continuó
caminando de espaldas, silencioso, hasta tropezar y caer sentado sobre
uno de los sillones de raso. Al verse inmovilizado por sus antebrazos
recordó que no había adónde huir.



—¡Fue Greed! ¡Pero...!



—¡Greed! Debí haber adivinado que se trataba de una rata traicionera incapaz de cumplir un trato...



Sin haberle permitido
acotar nada, el Coronel se puso de pie, alejándose de Pride y,
recobrando un poco la compostura, le habló a éste un poco más calmado:



—Como ya te he dicho, no tienes que preocuparte por nada. Yo arreglaré esto. Por el momento, quédate aquí y ponte cómodo.



Y con esas palabras se
retiró, dejando a su adorado muchacho solo y preocupado. Éste
permaneció largo rato sentado en el mismo sillón, observando con apatía
la habitación y su infinito lujo, al intacto banquete, a la puerta
cerrada. Por fin juntó fuerzas para levantarse. Dio vueltas por el
amplio ambiente, echó un vistazo al montón de libros prolijamente
acomodados, se recostó en la cama. Como no tenía forma de saber la hora,
el tiempo parecía estancado, y aquello por algún motivo lo perturbaba.



Mustang no regresaba.
Pride se quedó dormido unas cuantas veces, incapaz de deshacerse de
aquel desasosiego. Un nuevo pensamiento lo invadió: ¿Qué ocurriría si
Mustang no regresaba nunca? ¿Si los hombres de Greed lo mataban? ¿O si
simplemente lo dejaba allí, olvidado y solo, con un irónicamente
distinguido banquete como único alimento? Sin embargo, unas cuantas
horas más tarde alguien llamó a la puerta. Intrigado, se acercó a ella y
descubrió un pequeño compartimiento que comunicaba con el exterior
donde alguien había colocado un nuevo plato humeante.



Puede que pasara
varios días así, recibiendo comida de gente desconocida, durmiendo de
vez en cuando, dando vueltas sin hacer nada en particular, hasta que el
Coronel regresó. Contrario a lo que había imaginado, su semblante
demostraba tranquilidad y alegría.



—Lamento haberte
dejado solo tantos días—se disculpó, avanzando hacia la cama donde el
menor se hallaba recostado. —Me gustaría dejarte salir, pero no puedo
arriesgarme a perderte. Ahora eres completamente mío, Edward. Mío y de
nadie más.



Sin dar más
explicaciones, el hombre se quitó lentamente el uniforme hasta quedar
completamente desnudo y luego se subió a la cama. Dulces y suaves fueron
los besos que depositó en la joven piel, procurando arrancar de ella
toda sensación que no tuviese que ver con él mismo. Su deseo ardía desde
hacía mucho, mucho tiempo. Y así debía ser, pues gracias a ello ahora,
cargado de pasión, disfrutaría diez veces más. En el momento en que lo
penetró por primera vez, con extrema ternura y con cuidado de no volver a
abrir sus heridas, le susurró al oído: —Te amo, Edward...



Pride juntó los
párpados y separó sus labios húmedos para emitir un débil gemido.
Aferrándose con fuerza a la espalda del Coronel, recordó que con Envy
jamás habían usado ese tipo de vocabulario. Ellos no necesitaban cosas
tan vanas.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:45 pm

No
había casi manera de comparar su anterior estilo de vida con el
bienestar del que ahora gozaba. Sin embargo, ambas existencias lo
llenaban de la misma amargura. Estar en esa habitación sin nada más qué
hacer excepto dormir, comer, tomar largos y ociosos baños calientes en
el jacuzzi, leer los libros que colmaban las bibliotecas, sin ver el
cielo, sin libertad, sin su música... sin Envy. Si su mente no hubiese
sido lo suficientemente fuerte, hacía rato habría sucumbido a la idea de
que siempre había estado en ese lugar, y de que el Mundo se reducía a
aquella habitación y a las dos personas que allí regularmente rendían
culto a la pasión y a los placeres de la carne. Roy Mustang, enteramente
cariñoso y atento, lo trataba como a un pequeño príncipe(o como a una
mascota consentida), cosa que más lo contrariaba. Porque su mayor terror
era que su mente, durante alguno de aquellos interminables días de
reclusión, finalmente cediera...



No. Eso jamás
sucedería. No mientras continuara rememorando a Envy a diario, lo que
sentía, lo que habían llegado a ser juntos. En cuanto tuviese la menor
oportunidad, escaparía. Regresaría a su hogar y todo volvería a ser como
antes. Si es que nada le había pasado a Envy... Dios, que no le hubiese
pasado nada a Envy.



—¿Que no me haya pasado nada? Pero si yo estoy aquí, tonto.



Pride sonrió,
sintiendo los imaginarios mechones de cabello verde cosquilleándole el
rostro. Era un sueño, lo sabía, pero si se esforzaba lo suficiente
lograría mantener la ilusión durante algunas horas de su improductiva
jornada.











El Coronel cerró la
puerta con sumo cuidado, esforzándose para que ésta hiciese el menor
ruido posible. Luego dio media vuelta y se encontró con la visión de su
más preciada posesión; su hermoso tesoro. Sigilosamente se acercó a la
cama en donde éste dormía, tomó asiento sobre ella y permaneció
observándolo. Sus ojos, realizando apenas perceptibles movimientos bajo
los párpados, indicaban que soñaba. Por otra parte, sus mejillas se
hallaban sonrojadas y su respiración algo agitada. Su boca entreabierta.



“¿Con quién sueñas, pequeño?” se preguntó. “¿Conmigo?”.



Con la esperanza de no
despertarlo, pero demasiado tentado por tal escena, se inclinó sobre él
y le acarició los labios. Edward murmuró algo muy bajo, demasiado bajo,
por lo que tuvo que arrimarse más para oírlo.



—.... Envy...



El corazón de Roy dio
un vuelco. ¿Qué acababa de decir? ¿Acaso el nombre de otro? No estaba
dispuesto a esperar para saberlo. De inmediato aferró a los hombros del
menor y comenzó a sacudirlo para traerlo a la vigilia.



—¿Qué has dicho? ¿Quién es Envy?



El rubio parpadeó,
adormilado y confuso, sin saber exactamente qué le estaban preguntando.
¿Había oído pronunciar el nombre de Envy?



—¡¿Quién es Envy?!—insistió el Coronel, cada vez más enfurecido.



—¿... Envy? ¿Por qué? ¿Qué le ha ocurrido?



En el instante en el
que Pride terminó por comprender lo que sucedía, que había estado
pensando en Envy y que probablemente se hubiese delatado él mismo en
sueños, ya fue demasiado tarde. Sus palabras, la manera en que las había
dicho, sus reacciones... Roy, por cómo lo miraba, parecía que también
acababa de comprenderlo todo.



—Tú... Tú estabas
soñando con otro—formuló lentamente. —Mientras duermes, mientras hablas
conmigo, mientras hacemos el amor... Tú piensas en otro.



—¿Y qué esperabas?—lo
interrumpió Pride, cansado de hacerse el estúpido. —Estoy aquí en contra
de mi voluntad, encerrado, obligado a estar contigo. Quizá nunca se te
ocurrió que yo podría haber tenido otra vida antes de esto. Envy era mi
amante.



El morocho se puso de pie, temiendo perder el control de sus acciones de un momento a otro.



—¡Chiquillo
malagradecido!—exclamó, moviendo los brazos violentamente y arrojando al
suelo todo lo que se cruzase en su camino. —¡Te he sacado de la prisión
donde te tenían encerrado y alimentado a pan y agua, te he rescatado de
ese montón de degenerados que abusaban de ti a diario, te he tratado
como a un rey y dado todo lo que necesitabas! ¡Y así me pagas!
¡Enamorándote de otro y encima justificándote! ¡Tú tienes que amarme a
mí! ¡Pensar en mí, que te lo he dado todo, y en ninguna otra cosa!



—Mustang... Estás tan equivocado...



El aludido apretó los puños, pero antes de cometer una locura decidió que lo mejor sería retirarse y pensar en frío.



–Ya veremos quién es el que está equivocado, Edward... —sentenció, y salió con rapidez de la habitación.



Algunas horas más
tarde, durante las cuales Pride intentó en vano retomar sus agradables
sueños(estaba harto ya de preocuparse por su desafortunada realidad), el
Coronel regresó, trayendo una gruesa pila de hojas la cual produjo un
fuerte estruendo al ser arrojada sobre la mesa.



—He estado investigando acerca de ti. Tu nombre
es Edward Elric, hijo del Profesor Hohenheim, quien fue acusado tiempo
atrás de realizar experimentos con humanos. Hace tres años fue asesinado
en su propia casa por motivos no esclarecidos. Jamás se encontró al
responsable. Tras el asesinato de tu padre, te uniste a un grupo de
rock, Pewflexxx, cuyos integrantes, incluyéndote a ti, desaparecieron
hace unos meses sin dejar rastro. Envy era el cantante; casualmente, un
tipo con una buena cantidad de antecedentes. Y también se cree que era
hijo de Hohenheim, por lo tanto, tu medio hermano.



Desde la cama, el menor oía tal discurso con
expresión seria, pero sin demostrar ninguna reacción en particular.
Imaginó que sólo se trataría de un inútil sermón. Sin embargo, al ver
que el otro se metía la mano en el bolsillo y de allí extraía una
especie de píldora roja, supo que estaba equivocado.



—Esta píldora ha sido desarrollada por el
Gobierno. Actúa a nivel de la memoria a largo plazo, provocando una
amnesia retrógrada. Una vez ingerida, sus efectos se producen en
aproximadamente una hora. Fue especialmente diseñada para que su
duración sea de casi exactamente medio día, pero no debe volver a
administrarse antes de pasadas doce horas porque podría causar una
sobredosis. En pocas palabras, si tomas dos a diario podrás olvidar tu
pasado.



Pride frunció el entrecejo, completamente desprevenido de propuesta tan absurda.



—¿Y por qué querría hacer eso?—cuestionó.



—¿Por qué? Es obvio que tus recuerdos sólo te traen
dolor. Pero podrías dejarlos en el olvido y vivir como si siempre
hubieses estado aquí, conmigo.



“¡Tú tienes que amarme a mí! ¡Pensar en mí, que te lo he dado todo, y en ninguna otra cosa!”.
Aquellas habían sido las literales palabras del Coronel. Claro que no
había contado con que el muy maldito buscaría la manera de cumplirlas al
pie de la letra. Poseerlo en cuerpo, mente y alma. ¿Qué clase de hombre
se suponía que era?



—Si eso significa olvidar a Envy, entonces no lo
haré—se negó con toda la determinación que pudo plasmar en la voz,
provocando un suspiro de desilusión en el otro.



—Eres realmente terco, Edward. ¿No lo entiendes? ¡Envy está muerto! Y tú también lo estarías si yo no te hubiese rescatado.



—No pienso olvidar a Envy. Jamás aceptaré lo que me pides. Y me llamo Pride, no Edward. Ese nombre ya no me pertenece.



Agotada su paciencia, el hombre se dirigió hacia
la cama y, abalanzándose sobre él, intentó inmovilizarlo para hacerle
tragar la pastilla a la fuerza. La fuerte cachetada que le propinó
resonó entre las altas paredes tapizadas. Fue inútil. Todas las veces
que lograba introducirla en su boca, éste la escupía. Por fin resolvió,
aunque no le agradara la idea de maltratarlo, sostenerle las manos y
privarle de la respiración. A pesar de varios intentos fallidos y de la
enérgica resistencia, la pastilla terminó deslizándose por aquella
delgada garganta. Pero Pride tampoco estaba dispuesto a darse por
vencido. Además de su cuerpo, era su mente la que estaba en juego ahora.
Como pudo, se arrastró hacia el borde del colchón, introdujo dos dedos
hasta su campanilla y vomitó. Un hilillo de sangre salió de su boca
debido al esfuerzo.



Roy, habiendo observado tremenda hazaña, meneó la cabeza y frunció los labios.



—Esperaba no tener que hacer esto...



En cuanto se dio vuelta, ya era demasiado tarde.
La aguja se había clavado en su piel, al igual que el contenido se había
terminado de vaciar en sus venas. Sus ojos dorados se abrieron grandes.
El cuerpo le tembló.



—No... ¡No! ¡Sácalo!



—Ya es demasiado tarde. Ha entrado en tu sistema
circulatorio. Gracias a tu terquedad, ahora no tendrás oportunidad de
despedirte. Estarás olvidando en pocos instantes.



—¡Sácalo! ¡Por favor! ¡Sácalo de mis venas! ¡No quiero olvidar a Envy! ¡Sácalo!



Ni aunque hubiese querido, y no era que quisiera,
habría podido cumplir con su deseo. En verdad sus súplicas lo
conmovían, pero no se arrepentía. Pronto toda tristeza cesaría. Él sería
el pasado, el presente y el único futuro concebible para el hermoso
joven que había adoptado.



—Hasta tus lágrimas son hermosas... —susurró,
colocándolo boca arriba sobre el cubrecama revuelto y comenzando a
llenarlo de caricias. No encontró resistencia alguna.



—...Sácalo...



—Shh... —lo silenció con la ayuda de un beso.



A partir de ese momento, tan solo el sonido que producían sus pieles al rozarse fue oído.



—Yo... Estoy llorando—se extrañó el rubio de pronto.



—Eso parece.



—¿Por qué?



El beso que en ese momento Roy le depositó en la frente se sintió extrañamente helado.



—Son sólo lágrimas de felicidad, Edward.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:46 pm

En algún sitio
llovía. Lo sabía porque oía el golpetear de las gotas en los vidrios
opacos de los ventanales. Pero era en el exterior, cruzando las paredes y
el techo que lo protegían de un lugar que no le concernía. Parpadeó
lentamente, sintiendo demasiada pereza como para cambiar de posición. A
pocos metros suyo se ubicaba una bella estantería que contenía delicados
y brillantes adornos. Y, entre dichos adornos, la arena caía en el
interior del pequeño reloj de arena descontando las horas que faltaban
para que volviese a tomar su medicina. Era la única noción del tiempo
que tenía. Doce horas. Casi todo en la habitación era color ámbar. Se
preguntaba si acaso no habrían considerado el detalle de que todo
combinara con sus irises. Quizá algún día desapareciera, hundiéndose
entre tanto ámbar.



—¿Cómo te sientes hoy, Edward?



—Muy bien—respondió sin desviar la mirada de los
diminutos granos amontonándose unos sobre otros. Luego curvó los labios
en una amplia sonrisa y finalmente giró la cabeza para encontrarse con
los penetrantes ojos negros. —He recobrado un recuerdo.



La usual expresión mesurada del hombre que lo acompañaba se tornó de pronto en una de extrañeza. Tal vez de preocupación.



—¿Un recuerdo? ¿Cuándo ha sucedido eso?



—Hace unos minutos, antes de que entraras. Estoy
feliz por haberlo recuperado, aunque no es un recuerdo agradable. Yo
estaba... yo estaba en una habitación pequeña. Creo que era una casa. Y
había mucha gente. Era una situación muy tensa. Yo sufría un gran dolor,
no sé exactamente por qué. Entonces una de las personas le disparaba a
otra... Era mi padre, a mi padre le dispararon. Y también había un chico
de cabello verde... Un chico... ¿Me estás escuchando?



—Sí, sí. Lo siento—se disculpó el Coronel, que
había comenzado a mover los ojos y el entrecejo de manera curiosa. —Me
preocupa un poco tu recuerdo.



—¿No estás feliz por mí? ¡La medicación está funcionando!



—Claro que funciona; para eso la estás tomando.
Pero debes ser paciente ya que sus efectos no son seguros. No te
angusties en el caso de que llegues a volver a perder este recuerdo.



—¿Perderlo? ¡No quiero perderlo!



Suavemente, el morocho comenzó a acariciarle el
dorso de una de sus manos, y a pasear la vista por la parte de su cuerpo
que se hallaba oculta bajo las mantas.



—Hay algo que podemos hacer. Podemos acortar el
tiempo entre dosis y dosis. Eso ayudaría a curar tu amnesia. Pero tienes
que saber que podría poner en peligro tu salud.



Edward se incorporó sobre el colchón, permitiendo
que las sábanas de seda acariciaran su torso al deslizarse sobre su
piel. Antes de responder, depositó un tierno beso en el cuello
descubierto del Coronel.



—Sabes que lo haré—le susurró en el oído. —Me gustaría salir. Quisiera saber qué le ocurrió a mi padre. Y quién es ese chico...



—Todo a su momento—lo interrumpió el otro. —La medicina te hará sentir débil. Aquí estás seguro.



Fundidos en un cálido abrazo, ambos cuerpos, vencidos por la fuerza de gravedad y por el amor, se dejaron caer sobre la cama.



En algún sitio aún llovía. Pero el sol siempre parecía brillar dentro de la habitación color ámbar.



----------------------------------------



Procurando apaciguar su respiración agitada, se
echó a correr por aquellos interminables pasillos con los ojos bien
abiertos para compensar la falta de luz que él mismo había provocado. El
lugar le hizo pensar en la madriguera de un animal que cava confusos
pasadizos bajo la tierra. Tal vez en un hormiguero. Pero las hormigas,
finalmente, habían cesado de salir a su ataque. Aún se oían algunas
voces lejanas, desesperadas y manifestando confusión. Hacia ellas se
dirigía.



Se hallaba un poco herido y bastante cansado.
Pero aquello, en vez de echarlo hacia atrás, lo llenaba de adrenalina y
de éxtasis. La sangre, más ajena que propia, se esparcía por su cuerpo.
De una patada derribó lo que parecía ser la última puerta sin revisar.
Uno, dos matones cayeron al suelo sin lograr reaccionar a tiempo,
interceptados por sus infalibles disparos. La extenuante práctica daba
sus frutos.



No consideró pertinente, por el momento, asesinar
al sujeto que, con expresión altiva y con las palmas de las manos
apoyadas sobre un escritorio, lo observaba inmóvil.



—Tú debes ser Envy—dijo, sin mover otra cosa que
los labios. —Greed siempre temió que vendrías algún día. En ocasiones
parecía cagado de miedo. Definitivamente te conocía bien.



Envy rió de lado, agitando la cabeza un poco hacia los lados para quitarse los húmedos mechones del rostro.



—Efectivamente. ¿Me dirás dónde se está
escondiendo ahora, o tendré que aplicar los mismos métodos que usé con
los lacayos que enviaron a fastidiarme?



—Eso depende... —respondió el otro.



—¿Qué quieres decir?



—Hoy estoy de humor para contestarte una sola de
tus preguntas. Veamos, Envy, ¿qué es más importante para ti? ¿La
venganza, o recuperar lo que te quitaron?



En un santiamén, la sonrisa del peliverde se había borrado sin dejar rastros.



—Pride... ¡Dime dónde está!



—No está aquí. Yo soy el único que conoce su paradero. Mi nombre es Kimblee. Mucho gust-



La burlona presentación del hombre fue enseguida interrumpida por la metálica punta del revólver apretándose sobre su frente.



—Dime-adónde-mierda-tienen-a-Pride.



—Tsk... Veo que no es muy divertido jugar contigo—se quejó Kimblee, dándole una palmada al arma para alejarla de su cabeza.



—Bien, da igual. Te mataré y encontraré a Greed para que me lo diga.



—Greed está muerto. Dudo que sirva de mucho presionarlo para que confiese nada.



Inconscientemente, Envy dio un paso hacia atrás, sintiendo cómo el corazón se le encogía dentro del pecho.



—¿Muerto? Estás mintiendo.



—¿No me crees? Podría enseñarte su cadáver un día de estos si no tienes nada mejor que hacer.



Si no se hubiese concentrado lo suficiente en
contraer los músculos del brazo y la mano, de seguro el revólver se
hubiese escurrido de sus largos dedos. ¿Greed, muerto? ¿Acaso alguna
especie de maldición lo condenaba a jamás llegar a vengarse de sus
enemigos?



—¿Quién? ¿Quién lo ha matado?



Kimblee ensanchó la sonrisa.



—Hoy es tu día de suerte. La misma persona que
mandó a asesinar a Greed fue quien se llevó a tu bello Adonis. Se trata
de un militar rico y afamado, quien lo mantiene encerrado en una mansión
escondida dentro de sus interminables tierras. La vigilancia allí es
bastante... impenetrable. Suena a cuento de hadas, ¿eh?



—Su nombre. ¡Dime su nombre!



—Ah, ah—negó el hombre. —Demasiadas respuestas. Esto se está tornando aburrido.



Envy comenzaba a desesperarse. ¿Quién diablos era
ese sujeto? Debía calmarse, calmarse y hallar la manera de obtener lo
que quería, como siempre lo hacía. No tenía por qué ser tan difícil, no
después de haber llegado tan lejos. Debía calmarse.



—Te ves demasiado tranquilo para la
situación—observó entonces. —¿No te enfurece que ese hombre haya matado a
Greed y siga con vida?



—En absoluto—le contestó. —¿Qué te hace pensar que me importan mis hombres?



—No digo tus hombres, pero él formaba parte de tu organización.



—Nah... Sinceramente, con el correr del tiempo me he dado cuenta de que hay una sola cosa que me interesa. ¿Sabes cuál es?



—No tengo ni la más puta idea.



Antes de contestar, Kimblee estiró el cuello
hacia adelante y elevó un poco los hombros, como si estuviese a punto de
revelar un secreto o un chisme.



—Explotar bombas. Ver volar cuerpos humanos en
pedazos.—susurró. —De hecho, qué bueno que sacamos el tema de las
bombas, porque hay una muy grande a punto de detonarse en este edificio.
No deben restar más de un par de minutos, o incluso menos.



Una gota de sudor se deslizó por el rostro de
Envy. Ese tipo parecía estar tan loco como él, y aquello no era bueno.
Pero cada loco tiene su tema.



—Tengo una idea—dijo el peliverde. —Desactiva esa
bomba y únete a mí. Entonces podrás hacer volar por el aire a muchos
más que a nosotros dos.



Kimblee entornó los párpados y colocó las manos
bajo su barbilla. Sus ojos brillaron de curiosidad en la oscuridad de
aquella oficina.





Continuará...
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:47 pm

Después de unos
cuantos segundos, Edward logró abrir los ojos. Ahora que tomaba la
medicación cada once horas y media en lugar de cada doce, sufría de
somnolencia todo el tiempo y el cuerpo no le obedecía correctamente.
Pero por fin, después de tantos días de aislamiento, su soledad se
interrumpía al menos durante un rato. Las caricias de su querido Coronel
lo habían despertado y no quería desperdiciar tal ocasión.



—Te extrañé...—le confesó con voz tenue,
despegando la cara de la almohada para recibir sus besos más cerca de
los labios. Después de todo, más allá del afecto y de los cariños,
resultaba sencillo extrañar al único contacto humano que tenía.



La sábana que lo cubría pronto encontró su
destino a los pies de la cama. Era su espalda desnuda la que ahora
recibía las devotas caricias de su protector, sus besos húmedos y
tibios. Antes de que tuviera siquiera la oportunidad de voltearse, toda
la longitud del miembro lubricado del Coronel se introdujo en él,
arrancándole un clamoroso quejido.



—Lo siento, ¿te duele?



—Estoy bien... Continúa...



Cumpliendo el deseo del menor, Roy comenzó a
entrar y salir de él con fuerza y velozmente, cosa que no era su
costumbre. Los gemidos de Edward, algunos de ellos sofocados en la
almohada, no tardaron en hacerse oír. Sus manos se aferraban a los
barrotes dorados de la cama.



—Lamento tener que hacerlo así... Llevo prisa. En
realidad... ni siquiera tenía tiempo... para venir hasta aquí...
Pero... no quería seguir sin verte...



—Gra-gracias—respondió el rubio, esbozando una
sonrisa que fue enseguida reemplazada por una expresión de goce. Éste se
esforzó por levantar el cuerpo y colocarse en una posición que le
permitiera moverse él mismo y así dejar que el Coronel terminase de
quitarse la ropa. Una vez desvestido, Roy se inclinó sobre su espalda y
masturbó su miembro mientras con los labios rozaba su cuello. Ambos, a
su manera particular, anhelaban que aquello no tuviese que terminar tan
rápido.



Toc-toc.



Ignorando el llamado, el Coronel hizo mayor presión para lograr una penetración más profunda.



Toc-toc.



—¿QUÉ?—preguntó de mala gana.



Toc-toc.



Fastidiado, retiró su miembro y fue a colocarse una bata, para luego dirigirse hacia la puerta.



—¿Qué sucede? Sabes que no deben molestarme cuando esté aquí.



—En verdad lamento interrumpirlo, señor, pero es una emergencia.



Aquél fue el único fragmento que Edward escuchó
de la conversación, pues luego ambos hombres continuaron hablando en el
pasillo. El de mayor rango regresó a los pocos minutos, mostrando un
semblante serio y cargado de preocupación.



—¿Ha ocurrido algo?—quiso saber Edward, cubriendo su desnudez con las sábanas que acababa de recoger.



—Tú no te preocupes—procuró tranquilizarlo el
otro mientras se quitaba la bata y comenzaba a colocarse nuevamente el
uniforme militar.—Mira, ya es hora—indicó, señalando los últimos granos
de arena que caían dentro del reloj. —Te he traído tu medicación. Tómala
pronto y quédate tranquilo. Volveré en cuanto pueda.



A los pocos instantes que la pequeña pastilla
fuera colocada junto al vaso de agua que reposaba sobre la mesa, se oyó
un fortísimo estruendo al tiempo que un temblor sacudía todas las cosas.
Tanto la pastilla como el vaso cayeron al suelo, éste último haciéndose
añicos. Pero el Coronel tenía demasiada prisa como para reparar en ello
y salió corriendo, cerrando la puerta de la habitación con llave.



Edward, sabiendo que no debía perder ni un minuto
si en verdad deseaba recuperar su memoria, se arrojó al suelo a buscar
la pastilla. Todo lo que consiguió fue cortarse la planta del pie con
los vidrios del destruido vaso. El piso pronto se manchó con su sangre,
diluyéndose en el agua derramada.



La pastilla parecía haber desaparecido. No estaba
bajo la mesa ni bajo la cama, ni detrás de ninguno de los muebles.
Aunque siendo ésta redonda no era de extrañarse.



A cada minuto que pasaba, la desesperación de
Edward aumentaba. Él quería recordar, recordar quién era, de dónde
venía, qué había ocurrido con su memoria. Las lágrimas le nublaron la
vista.



De repente se oyó un ruido bastante fuerte. Le
pareció que venía del techo, así que al levantar la cabeza descubrió que
allí habían hecho un agujero, y que alguien bajaba desde el piso
superior. Era un muchacho joven, de extraños cabellos verdosos, quien se
dejó caer desde el cielorraso y aterrizó con gracia sobre el suelo.
Llevaba un revólver a un costado de la cadera.



—¡Pride!—exclamó. Luego notó las lágrimas en sus ojos y la sangre desparramada por el piso. —¿Estás herido?



—¿Quién eres?—le preguntó con miedo, arrastrándose hacia atrás.



El muchacho se detuvo en seco, adoptando una expresión de desconcierto.



—¿Cómo que quién soy? Soy yo, Envy. ¡He venido a buscarte!



Edward no contestó, sino que continuó alejándose
de él como si se tratara de una terrible amenaza. Al impactar su espalda
contra la pared sufrió un gran sobresalto, y se quedó allí sin decir
nada. Envy también se mantuvo inmóvil, incapaz de lograr que su boca
articulara palabra alguna.



Entonces la puerta se abrió, y tras ella apareció Mustang, quien logró esquivar el disparo que el peliverde le dirigió.



—¡Roy!—exclamó el rubio, temiendo por la seguridad de la única persona que conocía.



—¡Edward! ¿Te encuentras bien?—preguntó el Coronel desde el pasillo.



Gracias a tan simple y breve comunicación, Envy lo comprendió todo.



—Hijo de puta... —pronunció casi en un susurro. —¡Hijo de puta! Tú... ¡Le lavaste la mente!



Una lluvia de disparos se originó, esta vez
causada por quien se encontraba en el pasillo. Envy se echó al suelo y
buscó refugio detrás del jacuzzi. Edward, asustado, se hizo un bollito
junto a la cama, cubriéndose la cabeza con los brazos.



—Tú no eres el más indicado para reclamarme tal cosa, Envy—se escuchó la voz del militar fuera de la habitación.



—¿Qué mierda quieres decir?



—Tú debes saberlo mucho mejor que yo.



El aludido se asomó de su escondite para lanzar un par de balas a ciegas, histérico de furia.



—¡Maldito desgraciado!—exclamó. —¡Ni intentes compararlo con lo que le has hecho!



Entre estruendo y estruendo, los aturdidos oídos
del rubio recibían parte de la conversación entre ambos contendientes.
No entendía en absoluto qué significaba, pero comprendía que se referían
a él. Desesperado, se cubrió las orejas con las palmas de las manos,
encontrándose al borde de la cordura.



—Ya basta... Ya basta... —repetía una y otra vez
mientras las armas continuaban disparándose a su alrededor. —Quiero
recordar... Quiero recordar... Por favor...



Afuera, las bombas se detonaban sin cesar.
Esporádicamente se oían los quejidos de agonizantes soldados. Las
paredes temblaban y los libros caían de las estanterías junto con
decenas de dorados ornamentos. Entonces se acordó del reloj cuya arena
se hallaba ya esparcida por el suelo, y de su extraviada píldora. De
pronto se le ocurrió que si ésta no se encontraba en ninguno de los
sitios que había buscado, entonces el chico de cabello verde podría
tenerla. Sí, era una alta posibilidad.



Envy echó un rápido vistazo a su cargador y
descubrió que en éste sólo restaba una única bala. Probablemente su
oponente estuviese en una situación similar, pero no podía arriesgarse a
ser asesinado. Cercanos pasos a sus espaldas lo hicieron ponerse
alerta. Tenía una sola oportunidad. Sosteniendo el arma con fuerza, se
giró e hizo fuerza sobre el gatillo... Sus reflejos apenas fueron
suficientes para lograr que el proyectil rozara el cabello de la persona
que tenía adelante en lugar de enterrarse en su frente.



—¡Pride! ¡¿Te has vuelto loco?! ¡Casi te vuelo la cabeza!



—Tú... —dijo el rubio sin dejar de acercársele. —Tú tienes mi píldora. Debes devolvérmela. Debes...



—¡Espera!—le ordenó Envy, en vano estirando los
brazos para evitar que el otro se le arrojase encima. —¿De qué estás
hablando? ¡Apártate!



En cuanto logró hacerlo a un lado, descubrió a la
figura del Coronel a pocos metros de distancia. Empuñaba el revólver
con firmeza.



—No puedo negar tus agallas por haber llegado tan
lejos. Evidentemente Kimblee me ha traicionado, de otra forma no me
explico cómo hallaste esta casa. Al final no se puede confiar en nadie,
¿eh? Pero todo termina aquí para ti.



Contrario a lo que el hombre esperaba, Envy torció los labios en una sonrisa, descubriendo sus blancos dientes.



—Al menos moriré sabiendo que yo me gané a Pride por mí mismo y no con estúpidos truquitos militares lava-cerebros.



El semblante de Mustang se ensombreció, probablemente afectado por aquellas punzantes palabras.



—Despídet-



Antes de que pudiera terminar la palabra, una
explosión en uno de los cuartos contiguos derribó la pared y con su
fuerza empujó a todos hacia el lado opuesto. El fuego se expandió
rápidamente y comenzó a consumir tapices y telas.



En el momento en el que el cuerpo del Coronel
cayó al suelo, una buena cantidad de redondas píldoras rojas cayeron de
sus bolsillos y se desparramaron a su alrededor. Edward, quien había
regresado a su autismo anterior, reaccionó al verlas rodar cerca suyo.



—Quiero recordar... Quiero recordar... —decía
mientras ingería una tras otra, forzando a su garganta a tragarlas sin
ayuda de una gota de agua.



Roy Mustang abrió los ojos y se encontró con las
espaldas en el suelo. La temperatura de la habitación se había
transformado de una agradable a la correspondiente a un infierno. Las
lenguas de fuego mordían el alto techo. Los plásticos y materiales
derretidos y consumidos despedían nauseabundos olores.



Al incorporarse un poco y dirigir la mirada al
frente, le pareció que el cuerpo de Envy surgía de las llamas. En una de
sus manos éste llevaba un arma. La suya. La misma se le había resbalado
por culpa de la explosión, y probablemente hubiese caído al fuego pues
la mano de su enemigo temblaba y daba la impresión de haber sufrido
graves quemaduras. Sin embargo, en su rostro, terrible y brutal, ningún
dolor deformaba su expresión endurecida. Un monstruo. Un monstruo lleno
de cólera porque se habían atrevido a robar sus pertenencias.



No cabía dudas de que en un combate normal y
justo, el militar habría ganado. Pero aquél no era el caso. Con los ojos
llenos de frialdad, Envy levantó el brazo y gastó la anteúltima bala.



Simultáneo al sonido del disparo, Edward se
estremeció violentamente. La explosión no le había causado ningún daño,
pero se hallaba muy confundido y asustado. Con miedo, giró lentamente la
cabeza en dirección en la que había oído la descarga. Entonces
descubrió al cuerpo de Roy. Completamente inmóvil. La sangre oscura se
expandía debajo suyo. Inmediatamente se llevó una mano a la boca y
profirió un alarido. Ignorando el ardiente caos a su alrededor, se
arrastró por el suelo hasta llegar a su lado y lo abrazó, llamándolo a
gritos.



—Lo mataste... Mataste a Roy... ¿Por qué...?



Envy observaba semejante espectáculo atónito,
sintiendo arcadas. Él no había llegado hasta allí para presenciar esto.
Ése, ése que tenía adelante no era su Pride. Era otra persona. La ira
que en ese momento experimentó era incontenible.



Sin siquiera meditarlo, volvió a estirar el brazo y apuntó a la cabeza del rubio.



—Si las cosas van a ser así—le dijo entre dientes—prefiero verte muerto.



Sin importar el peso de tales palabras, Edward
continuó llorando a su amado. Absolutamente nada a su alrededor parecía
tener la capacidad de afectarlo. Envy comprendió eso enseguida, y el
pulso no le tembló.



—Sería menos patético si estuvieses rogando por tu vida—sentenció, apoyando el dedo índice en el gatillo.



Cerró los ojos, sabiéndose incapaz de detenerse.
Maldito Greed, maldito Mustang, maldito extraño que tenía delante. De
pronto recordó las estúpidas palabras de Alphonse: “Esa persona a la
que llamas Pride no es más que una invención creada por ti. Por eso
crees amarlo, porque sólo te amas a ti mismo”
. Al carajo. ¿Por qué
mierda tenían que meterse los demás con sus cosas? Él hacía lo que le
daba la gana. Y en ese momento tenía ganas de matar.



—Espera—oyó que le decían.



Él no tenía ganas de esperar.



—Espera—repitió el rubio, abriendo grandes los
ojos y mirando el rostro sin vida del Coronel. —Él me dijo... me dijo
que si tomaba las píldoras recuperaría mi memoria. Pero era todo lo
contrario. ¡El hijo de puta me engañó!



—¿Pride?—preguntó el peliverde, desconfiado de que se tratase de una actuación.



—¡Envy!



No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había
transcurrido desde la hora en la que tendría que haber tomado su
supuesta medicina. El punto era que, casi como una revelación milagrosa,
los recuerdos volvían a él y todo se tornaba claro en su mente. Sin
ningún tipo de reparo, hizo a un lado el cuerpo sin vida al que
instantes atrás había llorado con desesperación y echó un vistazo a su
alrededor: la habitación no tardaría en colapsar. Incluso ya resultaba
dificultoso respirar con tanto humo acumulado y tan alta temperatura en
el aire.



—¿En verdad eres tú?—cuestionó Envy. —Creí que...



—Envy... —lo interrumpió el otro, sujetándolo del
brazo ahora que se le había acercado y clavándole una mirada cargada de
preocupación. —Yo... Yo me voy a morir. Me estoy muriendo.



—¿Qué? ¿De qué diablos estás hablando?—fue la
única forma en la que pudo preguntárselo. ¿Que Pride se estaba muriendo?
¿Acaso era una broma? ¿Cuándo terminarían de lloverles los problemas?
Necesitaba un maldito respiro.



—Esas píldoras que me causaban la amnesia... Con
sólo tomar una cada once horas y media me hacían sentir terrible. Y
ahora... ahora he tomado como media docena.



Envy se le quedó mirando, intentando procesar lo
que acababa de decirle. Luego reparó en el incendio que ya se les venía
encima y exhaló un fuerte suspiro.



—De ninguna manera. No he llegado tan lejos para verte morir. No dejaré que eso suceda.



Aunque no estaba muy seguro de cómo cumpliría con
las palabras que acababa de pronunciar, se ocupó de envolver el cuerpo
de su amante con las sábanas que arrastraba, lo alzó en brazos y salió
de la habitación un instante antes de que el techo se derrumbara. Los
únicos obstáculos que encontraba a su paso eran el amenazador incendio
en aumento, mobiliario en llamas y los cuerpos mutilados y a medio
calcinar de los desafortunados soldados que habían caído víctimas de las
numerosas explosiones. Por fortuna, éstas parecían haber cesado. El
insoportable estruendo de las bombas siendo detonadas había sido
reemplazado ahora por las crepitaciones de los objetos incendiados y por
el clamor de algún que otro derrumbe. Pronto llegaron a la intemperie,
donde respiraron agradecidos el aire libre de humo y hollín. Sin
embargo, el alivio duró poco: si las bombas no habían perdonado a un
miserable soldado ni a una habitación, tampoco a ninguno de los
vehículos con los que podrían haber escapado de aquel remoto lugar.



—Ese demente de Kimblee... —masculló Envy, sin
detenerse a cerciorarse de que el hombre estuviese vivo o muerto. En
verdad le daba igual.



Con la posibilidad de que refuerzos militares
viniesen en camino, se internó en el bosque que bordeaba a la mansión,
seguro de que no sería nada bueno para la situación de Pride quedarse
esperando a que les surgiera una oportunidad de trasladarse con mayor
rapidez.



Apenas se alejaron unos metros de la casa
cubierta en fuego, el frío de la noche avanzada les azotó con violencia
los cuerpos exhaustos. Envy marchó, a pesar de todo, varios kilómetros
al amparo de la luz de la luna llena, dispuesto a salvar a la persona
cuyo peso soportaba sin quejas. Pride se abrazaba a su cuello con todas
las fuerzas que sus escasas energías le permitían. Era consciente de que
no importaba cuánto se esforzara el peliverde, no había manera en que
pudiera ayudarlo. Pero al mismo tiempo comprendía que resultaría
imposible disuadirlo de su cometido. Con una agridulce sensación
trepándole por el pecho, se apretó más contra su piel, preguntándose si
acaso sería aquella la última vez.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:47 pm

No podría saber si
habían andado treinta minutos o dos horas, pero Envy se vio obligado a
detenerse en el momento en que se dio cuenta que Pride ya no se sujetaba
de él. Inmediatamente lo recostó en el suelo, removiendo un poco la
sábana que lo abrigaba para observar su estado: inconsciente, respiraba
débilmente y un sudor frío lo cubría por completo. La sobredosis de
píldoras comenzaba a mostrar su efecto.



—Resiste, Pride.



Como burlándose de él, apenas dichas esas
palabras el rubio comenzó a convulsionarse espantosamente. Su cuerpo
temblaba con tanta intensidad que poco pudo hacer para mantenerlo
quieto. Entonces, ocurrió lo más temido: los movimientos pectorales
ascendentes y descendentes que separan la vida de la muerte cesaron.
Envy se paralizó por un momento, preguntándose si no sería el cansancio
que le mostraba perversas ilusiones, pero enseguida estiró el brazo para
posar la yema de sus dedos sobre la vena del cuello del rubio.



Nada. No había pulso.



Tampoco Envy se encontraba en la cumbre de su
estado físico o mental. Sin embargo, tras cerrar el puño se encargó de
golpearle el pecho con todas sus fuerzas, una y otra vez. Sus labios se
unieron, con un propósito muy diferente al de las anteriores pasionales
ocasiones.



—Ni lo sueñes... Si te atreves a morir te juro...
Te juro que te seguiré hasta el mismísimo Infierno para hacerte
arrepentir por ello. ¡Ni lo sueñes!



Si había algo de lo que él mismo y que la mayoría
de los que lo conocían eran conscientes, esto era que sus amenazas
siempre causaban algún efecto. Afortunadamente, el efecto de ésta última
resultó en el regreso de la respiración y los latidos de Pride.
Exhalando un suspiro de momentáneo alivio, el peliverde volvió a
arroparlo y se puso de pie, intentando pensar en cómo diablos llegarían a
algún sitio habitado. A pesar de haber logrado salvarlo, su condición
continuaba crítica, y no sabría decir a cuántos pasos de la muerte se
hallaba. Tanta incertidumbre le ponía los pelos de punta. Y más aún: si
aquellas píldoras habían servido para alterarle la memoria a tal punto
que ni lo había reconocido, ¿qué le causaría a su mente haberse tragado
unas cuantas? Bueno, de momento lo importante era asegurarse de su
supervivencia y conseguir un transporte más práctico que sus propias
piernas. Quizá podría regresar a la mansión y fijarse si llegaron
refuerzos con vehículos. Aunque su cansancio y el tener que abandonar a
Pride después de su último paro cardiorrespiratorio lo hacían dudar
acerca de semejante plan. No, debía idear algo mejor...



—Ma... Mamá...



Envy dejó de dar vueltas en círculos para
dirigirle una mirada cargada de asco e ironía a la vez. Definitivamente
esas píldoras estaban afectando su cerebro de una manera en especial
engorrosa.



—Diablos, Pride... No sé cómo hacemos siempre
para terminar en este tipo de situaciones. Será que ese malcogido de
Dios nos odia. O tal vez nos tenga envidia, ¿eh? —. Mientras hablaba,
los chillidos de los murciélagos que volaban en los alrededores se
hicieron más audibles; la niebla del bosque, más espesa. —Y pensar que
en un principio yo debía matarte. Al final, he pasado por un millón de
problemas para rescatarte. Creo que sólo te has salvado porque eres tan
lindo...



Apenas se dio cuenta de lo que decía, su rostro
se inyectó de sangre. Agradeció que Pride estuviese lo suficientemente
inconsciente como para no haber oído semejante cursilería. Terminó por
comprender que ya no era capaz de pensar claramente, por lo que decidió
echarse junto al rubio y dormir un poco para recuperar energías.



No fue la claridad del tardío amanecer lo que lo
devolvió al mundo de la vigilia, sino el sonido lejano de un motor en
marcha. Un automóvil transitaba por el camino del cual se habían
mantenido cautelosamente alejados. Sin perder el tiempo, Envy se levantó
y se dirigió con rapidez hacia aquella dirección, escondiéndose detrás
de los tupidos arbustos y árboles para evitar ser detectado.
Evidentemente, un vehículo se acercaba. Era factible que se tratase de
tardíos refuerzos pedidos por Mustang y sus desafortunados hombres, o
quizá(teniendo en cuenta la despreocupada velocidad a la que avanzaban)
de un cambio de guardia. Lo que hizo al respecto fue lo siguiente: tomó
la piedra más grande que pudo hallar, se trepó a un árbol cuyas ramas se
extendían sobre la carretera y allí aguardó los segundos que faltaban
para que el automóvil pasara por debajo. En cuanto eso ocurrió, levantó
la piedra y la arrojó sobre el parabrisas con todas sus fuerzas. Como
resultado, el automóvil dio un par de vueltas y se estrelló contra otro
árbol. El oficial que ocupaba el asiento del copiloto fue despedido unos
cuantos metros y no se movió más. Envy aguardó dos o tres minutos para
asegurarse que nadie estuviese consciente, luego descendió de la rama y
se acercó, aún escondido en el bosque. La sangre se escurría tanto
debajo del cuerpo del hombre que había caído en la carretera como de la
ventanilla abierta del conductor. Decidió que ya había aguardado lo
suficiente y se acercó al cuerpo que yacía sobre el pavimento para
quitarle su revólver, con el cual se acercó al vehículo y comprobó que
nadie quedara allí dentro con vida. Escondió los cadáveres entre las
plantas, se subió al coche y giró las llaves una o dos veces.



—Je, una de las pocas cosas buenas que tienen los
militares: sus cacharros—dijo tras lograr ponerlo en marcha y
estacionarlo fuera del camino.



Gracias al reloj que encontró en la guantera, el
cual marcaba casi las siete de la mañana, supo que debía darse más
prisa. Apagó el motor por si acaso y corrió hacia el lugar desde donde
había venido. Afortunadamente, el rubio seguía respirando.



—Ya nos vamos Pride... Resiste un poco más.



Lo cargó en brazos hasta el vehículo y lo colocó en el asiento trasero lo más delicadamente que le fue posible.



—Ya nos vamos—repitió, y comenzó a manejar en la
dirección contraria hacia donde los fallecidos conductores se dirigían.
El motor se quejó debido a la repentina velocidad que adquirieron. —La
pregunta es adónde. ¿Adónde diablos puedo llevarte? Si no nos busca la
Mafia, lo harán ahora los Militares. Esto es una pesadilla... Podrías
darme una mano y ayudarme a pensar, ¿eh?—se quejó, echando una fugaz
mirada hacia atrás. Sus largos y revueltos mechones verdosos eran
violentamente agitados por el aire que se colaba a través del parabrisas
roto. El sueño y el cansancio comenzaban a afectar su humor.
—¡Mierda!—exclamó mientras daba un puñetazo al volante, sabiendo que la
única idea que se le venía a la mente era, por el momento, la única
alternativa.
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:47 pm

El pequeño apartamento se encontraba en silencio. Como todas las horas. Como todos los días.



Toc toc.



A veces la televisión era encendida. Pero nada
cambiaba, porque no había nadie que le prestara atención. La encendía
cuando el miedo al silencio se tornaba demasiado real.



Era inútil.



Toc toc.



El muchacho se sobresaltó, apartando sus ojos de
la ventana a medio abrir. Las pesadillas habían teñido sus sueños, por
lo que se había levantado temprano y había pasado toda la mañana mirando
con apatía el cielo despejado.



—¿Quién es?—preguntó con cierto desgano, acercándose hacia la entrada.



—Soy yo, Envy.



Durante un momento el cuerpo se le paralizó, al
mismo tiempo que la expresión de su rostro se endureció, pero enseguida
intentó recobrar la compostura (o lo que le quedaba de ella).



—Envy, te he dicho que...



—Estoy con tu hermano.



“¿Qué?”, fue lo que pensó, aunque no respondió
nada. Se quedó observando fijamente la puerta sin que ninguna palabra le
saliera de la boca.



—Alphonse, será mejor que me abras antes de que
algún vecino nos vea. Te aseguro que he derribado muchas puertas en los
últimos tres días, pero ya me duelen mucho las piernas y tendría que
dejar a Pride en el suelo para hacerlo de nuevo.



Antes de hacer lo que le exigían, colocó la
cadena de seguridad y entreabrió la puerta. Efectivamente, allí estaba
Envy, cubierto de sangre y mugre, su ropa un poco rota, con cara de
pocos amigos y sosteniendo en brazos a...



—¿Necesitas más pruebas?—le preguntó el peliverde, arqueando una ceja.



De inmediato retiró la cadena y abrió. Se quedó viendo cómo el otro entraba y recostaba a Edward sobre su sofá-cama.



—¿Piensas cerrar la puerta o qué?



Nuevamente hizo lo que le demandaban(se
encontraba demasiado turbado como para haberlo realizado por propia
iniciativa) y permaneció deseando una explicación, pero sin animarse a
preguntar nada.



—Será mejor que llames a una ambulancia y lo lleves a un hospital. Tiene una sobredosis—declaró Envy finalmente.



—¡¿Una sobredosis?!



—Sí, pero no es lo que tú crees—le respondió con
fastidio frente a la cara que había puesto. —No fue su culpa. Y tampoco
sé qué diablos fue lo que la causó. Unas píldoras que provocan una
especie de hipnosis o amnesia, no estoy seguro. Jamás había oído hablar
de ellas... Tú llévalo al hospital y diles eso.



—Y tú... ¿Tú qué vas a hacer?—inquirió al verlo quitarse el top y dirigirse hacia el lavabo.



—Necesito darme un baño, comer algo y dormir unas
horas. Después debo ocuparme de un asunto urgente. Quizá me tome
algunos días. No es que me guste mucho la idea de alejarme de Pride
ahora que por fin lo he encontrado, pero no me queda otra alternativa. Y
será mejor que me escuches: —le dijo, poniéndose serio y mirándolo muy
fijo a los ojos. —He pasado por muchísimas, muchísimas cosas para
rescatarlo. No escatimé “lastimar” gente, como notarás en la sangre que
me cubre y que evidentemente no es mía. Tampoco estoy muy feliz por
dejarlo contigo, pero por el momento ni él ni yo tenemos a nadie más. Sé
que crees que te arruiné la vida y bla, bla, bla, pero no cometas
ninguna estupidez que haga que me enfurezca y que tú te arrepientas, ¿de
acuerdo?



El peliverde no esperó a que le contestara y
cerró la puerta del baño en su cara. Alphonse dudó unos instantes,
aunque luego terminó de reaccionar y tomó el teléfono para llamar al
hospital.



En cuanto dejaron el edificio en la ambulancia, Envy aún seguía en la ducha, quitándose las imborrables manchas del crimen.







—Lo lamento. Hemos hecho todo lo que nos es
posible, aunque, para ser sincero, no hay nada que podríamos haber
hecho. Lo que sea que haya ingerido y que le causó semejante daño no
dejó rastros en su organismo. Pero el daño, como he dicho, es innegable.
Las diferentes zonas de su cerebro en las que se almacena la memoria
han sido alteradas de variadas maneras, y no sabríamos a ciencia cierta
qué es lo que recuerda ahora, si recuperará algún día algunos o todos
sus recuerdos, o siquiera si despertará del coma. Nunca nos hemos topado
con un caso semejante. Al menos sus signos vitales son buenos, y su
vida no corre peligro. En verdad lo lamento mucho.



Tales eran los argumentos de todos los doctores
que revisaron e hicieron estudios a Edward en el hospital. Por supuesto
que entre ellos cuchicheaban y discutían arduamente acerca de con qué
clase de drogas y químicos había experimentado el muchacho para
divertirse.



“—Tan joven y tan apuesto... Qué pena.”



“—La juventud definitivamente está perdida”.



“—¿Y dónde estaban sus padres? De seguro drogándose por ahí como su hijo y contagiándose ETSs.”



Alphonse, desmoralizado, decidió llevarlo de
vuelta a su apartamento, sabiendo que allí nada podrían hacer y
careciendo de dinero con el cual seguir pagando las atenciones médicas.
Una vez en su hogar, se dejó caer de rodillas sobre el suelo, sin saber
qué hacer.



—Bueno... Al menos empezaré por bañarte—dijo, intentando sonreír.



Envy ya se había marchado; era como si nunca
hubiese estado. Supuso que resultaba normal que uno perdiera el sentido
del tiempo cuando se encuentra dentro de un hospital. No sabía si habían
pasado dos o diez días.



Durante los minutos que tardó en llenarse la
tina, se ocupó de desnudar al cuerpo inerte de su hermano con sumo
cuidado. La pasividad del mismo frente a tal situación lo colmó de un
indescriptible nerviosismo. Su piel, sus músculos, su respiración, su
rostro... Todo daba la impresión de que únicamente se encontraba
profundamente dormido. Y el pensar en su despertar también le infligía
ciertos temores: ¿Qué Edward despertaría? ¿Aquél que había sido su
hermano, o acaso el amante de Envy? ¿O un Edward completamente nuevo y
desconocido?



Una vez que la mayor parte de su figura estuvo
cubierta por el agua tibia, su desnudez ya no le importunó. Otros
turbulentos pensamientos aprovecharon para acudir a él.



Ninguna píldora ni sobredosis había sido
necesaria para alejarlos. Edward se había ido por su propia voluntad. Se
había convertido en Pride. Lo había abandonado cuando más lo
necesitaba.



¿Qué había hecho para merecer su desprecio? ¿Su
total indiferencia? Mientras que Envy se trataba de un delincuente, un
asesino, un mentiroso, un maldito borracho, un drogadicto... Él ni
siquiera había sido capaz de odiar a su padre cuando éste los abandonó.
¿Por qué, entonces, era el que se había quedado solo? ¿Qué clase de
justicia prevalecía, pues, en suerte semejante?



Él amaba a Edward. Lo admiraba y adoraba con todo su corazón.



Pero se había negado a ayudarlo cuando estuvo en peligro.



¿Había sido lo correcto?



De pronto sintió una enorme vergüenza.



Sus manos se movieron solas... Envolvieron
tiernamente el cuello fraterno y lo hundieron hasta que la cabeza estuvo
completamente sumergida. Algunas burbujas se desprendieron de la nariz
del rubio y subieron hasta la superficie, pero ninguna reacción le
dificultó la tarea.



Tan solo unos minutos, y luego... y luego... Pero...



Enseguida se dio cuenta de que el simple hecho de
retirar sus manos no daría marcha atrás a sus actos. Tuvo que sujetar a
su hermano por debajo de los brazos para levantarlo y evitar que
continuara ahogándose.



—¡Nii-san! ¡Nii-san!—exclamaba mientras lo
recostaba boca abajo sobre las baldosas del suelo y le palmeaba con
fuerza la espalda. —¡Por favor, no te mueras! ¡No te mueras!



Por fin, la suerte de la que tanto renegaba, al
menos en ese momento estuvo de su parte. Edward no despertó, pero su
cuerpo por fortuna tenía energía como para toser un poco y vomitar el
agua que acababa de entrar a sus pulmones.



—Te llevaré al sofá... —le dijo mientras lo
envolvía en una toalla para trasladarlo al sitio que había mencionado.
Lo hizo cabizbajo y sin animarse a mirarlo a la cara, avergonzado por lo
que había intentado realizar.



Silencio.



Pudo haber pensado mil cosas, preguntado a sí
mismo otras cientas. Sin embargo, se quedó sentado junto al sofá
observando la puerta de entrada con añoranza, quizá deseando que Envy
regresara para ponerle fin a tan amarga situación. Pero tal cosa no
ocurrió, y de pronto descubrió que la respiración de su hermano le
taladraba los oídos. Lentamente giró la cabeza para encontrarse con su
rostro sereno, tan discordante con el de alguien que había estado a
punto de ahogarse.



—Lo siento... —susurró, inclinándose para besarle
la mejilla. —Lo siento, nii-san, perdóname—repetía mientras continuaba
besando sus suaves facciones, su pequeña nariz, sus cejas rubias, sus
párpados relajados. Supo que debía evitar sus labios cuando ya había
apoyado sobre ellos los suyos. Cuando ya fue demasiado tarde para
evitarlo todo... Ahora sí que pensaba, sí que se lamentaba. Se
cuestionó, al mismo tiempo que no sin cierta aniñada curiosidad hacía
las sábanas a un lado, si acaso las perversiones de Envy habían tenido
algún efecto nefasto en su conducta y en su débil cordura. Los besos
descendieron entonces por el cuello y el torso de aquél con quien
compartía su sangre. Había algo desconocido, algo diabólico en él que lo
obligaba a continuar. A llenar de besos y caricias al cuerpo inmóvil
que pronto tuvo bajo su peso. A pasar sus manos por sitios por los que
antes jamás había tenido interés. Algunas veces se había descubierto a
sí mismo pensando indecorosamente acerca de su mejor amiga, Winry, pero
enseguida se reprendía y olvidaba el asunto. En este momento todo era
tan diferente, pues no tardó en darse cuenta de que le resultaba
imposible sacudir la cabeza y olvidarlo todo. Una extraña punzada de
placer concentrada en su entrepierna y la excitación en aumento lo
distraían de sus represiones morales.



Qué ingenuo había sido al imaginar que una
persona necesitaba previa instrucción y consejo para ejecutar lo que
ahora hacía sabiamente guiado por el instinto. Qué ingenuo sería
echarle la culpa al mero instinto de que las piernas de Edward
terminaran apoyadas sobre sus hombros...



—A... ¿Al?



La reacción del metabolismo de Alphonse frente al
inesperado y milagroso despertar de su hermano fue tan cruel, tan
insignificante, que rozaba con lo paródico. Su cerebro, por otro lado,
moría por detener semejante locura, por abrazarlo y pedirle perdón de
rodillas. Aunque lejos estaba de ser obedecido, como si cada uno de sus
miembros estuviese atado por inquebrantables hilos de un deseo
irrefrenable.



Creyó que enloquecería.



—Al... Al, ¿qué haces? Mamá... Si mamá llegase a vernos...



Presa de un horror tremendo, tanto por lo que él
estaba haciendo como por los delirios de Edward, el castaño apretó las
sábanas con fuerza. Quería parar, él quería parar.



—Al... Me haces daño... —balbuceó Edward en el momento en que introdujo su miembro en él.



—¡¿Entonces, por qué sonríes?!—le preguntó a
gritos frente a tan discordante reacción, bañándole el rostro con sus
lágrimas. —¡¿Por qué sonríes si te hago daño?!



—Porque... Se siente bien, ¿no es verdad? Tú te sientes bien haciéndome esto. Me hace feliz que tú seas feliz... Al...



Cuánta mentira, cuánta crueldad. Cerró los ojos y
un nuevo caudal de lágrimas se filtró a través de sus párpados. Puede
que en alguna parte de su subconsciente una voz le susurrara que cuanto
más violenta, cuanto más profundamente poseyera al Edward que tan
altruista sonreía, más posibilidades tendría de que éste se quedara a su
lado, porque en lugar de detenerse, sus movimientos pélvicos se
incrementaron en fuerza y velocidad. Así continuó, sin pensar en nada,
hasta que finalmente alcanzó el clímax y se desplomó, agotado,
derramando las últimas gotas de su esencia dentro del cuerpo del otro.



Se quedó dormido enseguida, probablemente deseando no despertar jamás.







—Sí, Envy, claro que comprendo tu punto de vista.
Lo que quise decir fue que si no me hubieses rescatado tampoco habría
sido el fin del mundo. ¡Al menos mis servicios eran bien remunerados!



La primera en entrar al apartamento fue Lust,
quien se quedó un poco confundida por la escena que se le presentó allí
dentro. La siguió Gluttony. Por último llegó Envy, sin duda el más
afectado al ver a su querido Pride, completamente desnudo y despatarrado
debajo de Alphonse, ambos profundamente dormidos.



—¡Alphonse Elric!—exclamó, a punto de echar fuego
por la boca. —¡Me encantaría saber qué es lo que comprendes por no
hacerme enfurecer!
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 5:48 pm

El menor de los
Elric por poco despertó dando un salto. Incluso antes de darse cuenta de
que en verdad lo habían atrapado con las manos en la masa, el corazón
ya le había empezado a latir con fuerza. No había muchas excusas que
dar. Su hermano desnudo, las sábanas del sofá-cama revueltas, su
cremallera baja. Todo apuntaba hacia una indiscutible culpabilidad.



—Creo que este es un asunto que deben resolver
entre ustedes—opinó Lust.— Lo mejor será que Gluttony y yo nos vayamos.
Ven, Gluttony.



Dio la sensación de que Envy no la oyó, o al
menos no respondió nada. Su vista y su atención estaban clavadas en el
joven castaño cuyos labios temblaban. Un millón de variados y mortíferos
castigos surcaron su mente. Después de todo, larga era la lista de los
hombres muertos en sus manos. Hasta se había encargado de Kimblee por la
posibilidad de que éste se hubiese atrevido a tocar a su amante durante
el tiempo que había sido prisionero de su organización. Qué más daba
uno más.



Sin embargo, antes de que algo irreversible
sucediera, la salvación de Alphonse llegó. O, mejor dicho, despertó,
pues todo el interés de Envy fue robado por los bostezos y ronroneos que
el rubio comenzó a realizar mientras se desperezaba.



—Pride... ¿Estás... bien?



—... Envy—le respondió con pereza.



Alphonse se le quedó mirando, también sorprendido por su evidente mejoría.



Entonces el peliverde, por algún motivo que tenía
que ver con lo que le mostraban sus ojos, dejó de sentir celos. O, al
menos, fueron otros los caprichos que se superpusieron a su lista de
prioridades.



Lentamente se acercó al sofá-cama, en donde el
castaño todavía se encontraba entre asombrado y aterrorizado. Se había
sentado sobre el colchón y mantenía la espalda apoyada contra la pared.



—Definitivamente habrá que castigarte—sentenció Envy, entornando los párpados y relamiéndose los labios. —¿Qué opinas tú, Pride?



—¿Vamos a hacerlo con Al?



—Bueno, es una posibilidad. ¿Se te ocurre otra cosa?



—A mí me parece bien.



Mientras ambos amantes deliberaban acerca de su
inmediato futuro, Alphonse permanecía inmóvil, muerto de nervios. Lo que
le había hecho a su nii-san horas atrás le bastaba como
castigo, pues sabía que en toda su vida jamás se perdonaría a sí mismo.
Conocía al pérfido de Envy y el sólo hecho de estar a su merced lo
llenaba de miedo y angustia.



—Vamos... ¿Me dirás que te da pena luego de lo
que evidentemente has hecho con tu hermano?—le preguntó el peliverde,
trepándose al sofá-cama y tomándolo del brazo para acercarlo a él.



—¡No! Por favor... ¡No me hagas esto!



—¡Uff! No te pongas dramático. Sabrás que cuanto
más te me resistas, más ganas me darán de violarte, y más difícil será
para ti. Vamos, Pride, ayúdame a desnudarlo.



Obedeciendo casi con alegría, el rubio aprovechó
que Envy lo sujetaba firmemente por la cadera para quitarle la camiseta
que llevaba puesta. Un bonito y lampiño pecho, muy similar al suyo,
quedó al descubierto, completamente expuesto ahora que las manos de su
dueño eran retenidas detrás de su espalda.



—Eres muy hermoso, Alphonse. No sé cómo no te nos uniste antes.



—¡Basta, nii-san!



Gracias a las caricias que las yemas de los dedos
de Envy comenzaron a dar a las tetillas de Alphonse, las quejas de éste
fueron sofocadas al menos por un momento, y reemplazadas por un
exquisito rubor en sus mejillas. Pride, por su parte, no se quedó
quieto, sino que decidió explorar con su lengua zonas más inferiores,
como la delicada piel del abdomen y, luego de hacer un a un lado la tela
de los pantalones, la línea de la ingle. Tales atenciones provocaron
que la respiración de la joven víctima se agitara notablemente. El
castigo, si se podía llamar así, estaba surtiendo efecto.



—¿Verdad que se siente bien?—inquirió el peliverde. —No tienes por qué ser tan mojigato.



—Ya... Ya basta... Por favor..... ¡Ah!



—Ni lo sueñes. ¿Acaso no adviertes mi excitación a
través de la ropa? Hasta que eso no se vaya no pienso dejarte en paz.
Pride, termina de quitarle los pantalones y la ropa interior.



Una nueva tentativa de resistencia, aunque esta
vez algo más leve, tuvo lugar por parte de Alphonse, quien en vano
deseaba escapar del regazo de Envy y de las cosas que Edward le hacía.
Una vez que se encontró completamente desnudo, sintió que un dedo
intentaba introducirse en su ano.



—¡Wow! Esto sí que está estrecho. Me recuerda a
la primera vez que violé a Pride. ¿Te acuerdas? Necesitaré bastante
lubricante. Y tú, Alphonse, será mejor que te relajes si no quieres que
te haga daño.



Mientras veía cómo su hermano corría fríamente
hacia las pertenencias de Envy para buscar lo que le pedían, sus ojos se
llenaron de lágrimas. Comenzó a temblar como un niño asustado.
Realmente estaba asustado.



En cuanto Envy tuvo la crema lubricante en sus
manos, se encargó de embadurnarse el miembro hinchado y también de meter
un poco dentro del orificio en el que pensaba introducirse. Luego, no
sin encontrar resistencia, levantó el cuerpo de Alphonse sosteniéndolo
nuevamente de las caderas, acomodó su miembro sobre su entrada y,
lentamente, lo fue penetrando. Ahora las lágrimas se derramaban
libremente sobre el rostro del menor.



—¿Te duele, Al?—le preguntó Pride, acariciándole la cabeza con ternura.



—Sí... Duele muchísimo... —contestó con un hilo de voz. Aún temblaba, y un sudor frío le cubría la piel.



—No te preocupes. Yo haré que te sientas mejor.



Dicho esto, el rubio se recostó boca abajo sobre el sillón-cama y comenzó a masturbar y a lamer su sexo.



Una vez que Envy estuvo completamente dentro de
él, sus movimientos pélvicos tomaron un ritmo más rápido y continuo, al
mismo tiempo que éste volvía a acariciarle los pezones y aprovechaba
esporádicamente para mordisquearle la oreja y el cuello. De esta forma,
ninguna zona erógena del inocente de Alphonse quedaba desatendida, cosa
que no tardó en convertirse en el motivo por el cual el castaño dejó de
llorar y comenzó a gemir de placer.



—¿Y qué te parece, Pride? ¿Que le esté robando la virginidad a tu pequeño hermanito y le esté gustando tanto?



—Yo también quiero probarlo... —respondió el
aludido, incorporándose y hundiendo su lengua en la boca de Alphonse. A
pesar de ser su primer beso, no hubo en él nada parecido a la vergüenza.
Todo lo contrario. Alphonse se abrazó a él, profundizando el contacto, y
se le arrojó encima, separándose de Envy.



Nii-san... —susurró en un momento en
que rompió el beso para mirar a su hermano a los ojos, momento que Pride
aprovechó para penetrarlo. —¡Ahh! ¡Ahh, nii-san!



Ya no hubo necesidad de forzar a nadie, pues ambos hermanos se encontraban muy excitados y a gusto con lo que hacían.



—¡Hey! ¡Eso es injusto!—se quejó el peliverde.



Afortunadamente, antes de que éste tuviese más
oportunidades de reclamar un poco de atención, Pride decidió cambiar de
posición, dándose la vuelta y colocando a Alphonse debajo suyo para
lograr mayor control. Envy quiso sacar ventaja de tal situación y,
colocándose detrás del rubio luego de haberse puesto un poco más de
lubricante, lo penetró.



—Ahh... Envy, eres un... maldito depravado.



—¡Hasta que te diste cuenta! Anda, levanta un
poco ese trasero. ¡Ja! ¿Ves esto, Hohenheim? ¡Puedes revolcarte en tu
tumba, porque tus dos hijos me pertenecen ahora!



Tras escuchar tales palabras, Alphonse se cubrió
el rostro con las manos y se hizo a un lado, apartándose de quien lo
estaba poseyendo.



—Esto está mal... Esto está mal... —repetía con voz entrecortada. Sus lágrimas volvían a fluir.



—¿Qué dices? ¿Por qué... crees que esto está mal?—le preguntó Pride, aún siendo poseído por Envy.



—¡¿Cómo que por qué?! ¡Porque eres mi hermano! Y esto... Esto...



—No deberías negártele a la persona que te ha salvado la vida.



—¿Eh? ¿Salvado la vida? ¿Qué quieres decir?—quiso saber el menor, mirándolo con los ojos enrojecidos y muy abiertos.



—Cuando estuve prisionero... y me alquilaban a
extraños y maltrataban a diario... no me quedó otra opción más que ser
muy... obediente. ¿Y sabes por qué? Porque... me amenazaron con que te
matarían... si yo no... no lo hacía...



Nii-san, eso...



—Incluso si me quitaba la vida... temía que te
mataran... Bueno, pensándolo de esa... forma... ¡ah! ..., supongo que
sigo vivo gracias... a ti. Mi mente está bastante confusa... Al... Sólo
puedo pensar en... tocarte y hacerte mío de nuevo... Al...



Nii-san...



—Ya ves—acotó el peliverde, levantando un poco a
Pride para alcanzar a masturbar su miembro. —Te has portado muy mal con
tu hermano. Será mejor que hagas lo que te pide, o de lo contrario
tendré que contarle cuál fue tu reacción cuando vine a pedirte ayuda.



—¡No!—suplicó el castaño, incorporándose de
inmediato. Luego inclinó la cabeza, sabiéndose derrotado, y se sentó con
las piernas abiertas delante de ambos amantes. Fue Envy quien guió el
miembro del rubio hacia la entrada de su hermanito mientras se deleitaba
por el sacrificio que se le ofrecía.



No faltaba mucho para el clímax de todos, así que
a los pocos minutos Envy se vino dentro del cuerpo de Pride, éste
dentro del de Alphonse, y Alphonse sobre su propio abdomen y sobre la
mano del rubio.



—Eso ha sido... MUY interesante—opinó Envy, intentando recuperar el aliento.—Habrá que repetirlo. ¿No crees, Alphonse?



El aludido no respondió. Se había acurrucado en un rincón. Lloraba.



—Bah... Ya te acostumbrarás.







Tras haber concluido con su quinta canción, los
integrantes de lo que quedaba de Pewflexxx decidieron hacer una pausa
para tomarse un descanso y acabar sus cervezas.



—¿Y cómo está Pride?—quiso saber la tecladista.



—No está tan mal—respondió el peliverde cantante.
—A veces dice cosas extrañas, y hasta en ocasiones se desorienta por
completo. Quizá esté comenzando a volverse loco.



—Envy—lo interrumpió la mujer. —Ese chico comenzó a volverse loco desde el primer momento en que se conocieron.



—¡Ja! Supongo que tienes razón. Es el efecto que causo en la gente—bromeó antes de echarle un último trago a su cerveza.



—¿Y el hermano?



—¿Alphonse? No se atrevió a tratar conmigo nunca
más el pobre diablo. Sé que habla por teléfono con Pride de vez en
cuando, aunque Pride no me lo quiera decir. Pero tengo la sensación de
que tarde o temprano caerá en mis garras.



—Pobre chiquillo... Oye, ¿y crees que Pride volverá a tocar la guitarra con nosotros?



—¡Claro! Poco a poco está comenzando a practicar
de nuevo. Hay que darle tiempo, no sea cosa que le de uno de sus ataques
de amnesia durante un concierto.



—Eso sería gracioso de ver. Nuestros fans ya se están poniendo impacientes.



—Si tan ansiosos están, podríamos organizar un
concierto pero salteándonos el concierto. Es decir... sólo la parte de
la orgía, que en definitiva es lo más interesante.



—Nunca cambias, Envy, ¿eh?



—Por supuesto que no. En fin... ¿En qué estábamos? ¡A tocar! ¡Nekopedozoofilia! ¡Miauuu!



Fin
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MensajeTema: Re: Relatos Mios 2 "SODOMA"   Relatos Mios 2 "SODOMA" EmptyMar Sep 06, 2011 6:13 pm

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